Serena
El mundo pareció detenerse al escuchar esas palabras. ¿Estaba… embarazada?
—¿Qué? —exclamé jadeando.
La mujer asintió, con los ojos brillando por la emoción. —Sí, Luna. Hice un ultrasonido y muestra que estás embarazada.
Diana gritó. —¡Oh, mi Diosa! Qué noticia tan maravillosa —me sonrió y abrazó a Diego, quien quedó sorprendido por la muestra de emoción de su hermana.
La doctora notó mi expresión confundida y preguntó. —¿Está todo bien?
Observé mi regazo, ¿cómo podía estar embarazada?
Diego percibió mi confusión y se dirigió a la doctora. —¿Podemos quedarnos un momento a solas con ella? La llamaremos si necesitamos algo. Gracias por la noticia, doctora.
—Oh, está bien —respondió dudosa, lanzándome una última mirada antes de salir de la habitación.
Diana notó el cambio en mi estado de ánimo y preguntó. —¿Qué pasa, Luna?
—Creo que entiendo por qué está confundida —respondió Diego en mi lugar, por lo que Diana lo miró—. Todos sabemos que nuestra Luna no tiene lobo.
Las cejas de Diana se alzaron en señal de comprensión.
—Oh, es cierto. Entonces, ¿cómo es posible? —al verme nuevamente, la emoción había desaparecido de su rostro por completo.
Una loba que no ha cambiado no puede concebir el hijo de otro lobo, y mucho menos el de un Alfa. Nuestra genética es como la de un humano normal, lo que nos hace incompatibles para gestar el hijo de un cambiaformas. Entonces, ¿cómo podía estar embarazada?
—Deberíamos revisar el informe médico o pedir que hagan otra prueba. El informe puede tener algún error —sugirió Diego con voz calmada. Siempre mantenía la calma en ese tipo de situaciones y veía cada problema desde una perspectiva lógica.
Siguiendo su consejo, me sometí a otro ultrasonido para confirmar si el resultado era correcto o no. Diana insistió en que descansara hasta obtener los resultados, así que tras terminar la prueba, regresé a la casa de la manada. Ella prometió llevarme el informe y ansiosa, esperé en una de las habitaciones libres.
Cuando llegó el segundo informe, mis ojos se pegaron al archivo, mis manos temblaban.
El resultado de la prueba era: Positivo.
Dulces lágrimas nublaron mi visión. No podía creerlo, realmente estaba embarazada.
—Es verdad, Luna. Estás esperando un bebé —comentó Diana con una enorme sonrisa en el rostro.
Mi mano se posó sobre mi vientre, había una vida creciendo dentro de mí. Cuando no cambié después de cumplir dieciocho años, perdí toda esperanza de concebir. A Elías no le agradaba el hecho de que fuese infértil, y esa fue otra razón para que me tratara con frialdad en las primeras etapas de nuestro matrimonio. Un Alfa necesita un heredero, pero yo era incapaz de dárselo.
—¿Pero cómo es posible, si no he cambiado? —murmuré.
—Tengo una teoría —respondió Diana, al pararse frente a mí con los brazos cruzados. Levanté la vista del archivo notando que una expresión pensativa oscurecía sus ojos—. Ha habido algunos casos en los que los cambiaformas no se transformaron a la edad adecuada porque sus lobos aún estaban en fase de desarrollo.
Levanté una ceja. —¿Fase de desarrollo?
Ella asintió. —La mayoría de los lobos comienzan a desarrollarse en nuestros cuerpos desde el nacimiento. La edad promedio para una transformación saludable es entre los dieciocho y diecinueve años. Usualmente, si un cambiaformas no logra transformarse después de ese tiempo, significa que su lobo no pudo crecer de forma adecuada por la falta de fuerza en el cuerpo de la persona. Pero hubo un caso en la Manada Luz de Luna, donde el Alfa obtuvo su lobo a los veintiséis años. Se rumorea que sus antecesores también se transformaron en lobos tarde.
—Entonces, ¿es hereditario? —pregunté, frotándome el vientre—. ¿El Alfa de la Manada Luz de Luna no es muy poderoso y con poderes mágicos?
Ella asintió. —Eso es lo que todos dicen, pero últimamente nadie ha visto al Alfa por ahí, algunos dicen que solo son rumores sin fundamento. Si realmente tuviera poderes mágicos, ya los habría mostrado, pero no hay ningún registro de ello. Ha sido un misterio durante los últimos diez años.
Lo entendía, era difícil saber cuál era mi condición, pero no me importaba. Estaba segura de que si Elías se enteraba, anularía el divorcio. No podría rechazarme después de saber que estaba embarazada de su hijo, ya que eso pondría en riesgo la vida del niño. Tenía que decírselo, él cambiaría de opinión después de saberlo. No podía separarse de mí sabiendo que llevaba a su futuro heredero.
Me levanté de la cama y le dije a Diana. —Se lo mostraré al Alfa.
Sin perder ni un segundo, salí apresurada de la habitación de invitados.
¡Gracias, Selene! Me había bendecido con un hijo. Eso me hizo pensar que Elías y yo estábamos destinados a estar juntos, por lo que una sonrisa curvó mis labios.
Al llegar a su oficina, golpeé la puerta con los nudillos dos veces mientras la emoción burbujeaba en mi interior.
Escuché su voz profunda tras la puerta. —Pasa.
Entré, sintiéndome un poco nerviosa al verlo sentado en su silla de oficina, con sus gafas de luz azul y marco blanco, enmarcaban esos ojos oscuros que me escrutaban, se veía muy apuesto con ellas.
Pero mi mirada se posó en Natalia, cuyo brazo descansaba sobre su hombro. Estaba demasiado cerca de él, y frunció el ceño al notarme. No fue difícil ver la mirada maliciosa en sus ojos. Cuando arreglara las cosas con Elías, me aseguraría de que ella nunca tuviese oportunidad de acercarse de nuevo a él.
—¿Qué te trae por aquí, Rena? —preguntó Elías, desviando la mirada a su pantalla de computadora. Estaba a punto de responder cuando añadió. —Espero que no sea un “nada” como la última vez. Debes saber que soy una persona ocupada y mi tiempo vale.
—Elías, estoy embarazada —dije, esperando que la noticia lo sorprendiera. Siempre había anhelado tener un heredero y ahora, su deseo se había cumplido.