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La Luna Desilusionada: Bailes de Amor y Betrayal

La Luna Desilusionada: Bailes de Amor y BetrayalES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Seven Seas  Completo
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Resumen
Índice

Después de diez años combatiendo por la Manada del Sur, mi pareja, Diego Mendoza, por fin regresó. Cuando me dijo que quería casarse conmigo y marcarme como su Luna, creí que al fin había encontrado un lugar al que pertenecer. Soy Isabel Rivas, y, en ese momento, lo amaba con toda el alma. Pero todo cambió tras quedar embarazada. Un día, sin querer, descubrí en su computadora más de un terabyte de videos sexuales suyos con Valentina Montenegro, mi mejor amiga desde la infancia. Y no solo eso... también encontré un diario lleno de confesiones de amor hacia ella. Accedí a su cuenta secundaria de WhatsApp. Aunque Valentina ya lo había bloqueado, Diego seguía enviándole mensajes de voz, textos, videos, rogándole que volviera con él, llamándola el amor de su vida. El golpe final llegó el día de mi control prenatal. Estando en la sala de espera del hospital, vi a Diego de rodillas, con flores y la cadena lunar de los Mendoza, suplicándole a Valentina: —Valentina, volví solo por ti. Renuncié a conquistar la Manada del Sur para estar contigo. Este hijo no puede crecer sin un padre. Si me lo permites, te marcaré ahora mismo y te convertiré en mi Luna. Sin dudarlo, me levanté, fui a la consulta y pedí que me practicaran un aborto. Me fui sola. Sin mirar atrás. Ni una lágrima. Jamás pensé que él abandonaría a Valentina y al bebé… Y que, días después, como un lobo fuera de control, comenzaría a buscarme desesperadamente.

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Capítulo 1

Capítulo 01

Fui al hospital para un chequeo del embarazo. Apenas entré al hall, vi a Diego Mendoza, arrodillado con un ramo de rosas y mi corazón dio un vuelco. Por un segundo, pensé que me estaba pidiendo perdón.

Me puse feliz. De verdad.

Si él ya había terminado con Valentina Montenegro, si me estaba eligiendo a mí y al bebé… tal vez yo podía perdonarlo. Al fin y al cabo, todos esos videos y palabras ya eran del pasado, ¿no? No podía dejar que viejas heridas destruyeran la nueva vida que estaba creciendo dentro de mí.

Él sostenía las flores con firmeza, con una cajita entre las manos y tenía esa mirada determinada que tantas veces había soñado. Era justo como lo había imaginado durante diez años: Diego pidiéndome matrimonio.

—Tener ese bebé. Déjame ser el padre. Cásate conmigo. Sé mi Luna.

Sonreí y di un paso al frente. Ya me imaginaba reconciliándonos en el restaurante Luna de Miel, cenando a la luz de las velas como en las películas…

Pero me detuve, al escuchar escuché la siguiente frase.

—¿Sí, Valentina?

Me quedé inmóvil. Las personas alrededor aplaudían, mientras que en el centro, Valentina sonreía mientras acariciaba su vientre con una mano y con la otra tomaba las flores de Diego.

Yo… me quedé de piedra. Avergonzada por haberme emocionado, por mi absurda ilusión.

Diego se incorporó y abrazó a Valentina desde atrás con suma delicadeza. Le corrió el cabello del cuello y le colocó la cadena lunar de los Mendoza, la reliquia ancestral de su familia.

Valentina ladeó la cabeza. Tras aquel intercambio, se besaron.

Tan profundo, tan ruidoso, que podía oír el sonido de sus bocas.

Algunos aplaudían. Otros lloraban, conmovidos.

Yo sentí un dolor agudo en el vientre y estuve a punto de desmayarme. Busqué a la ginecóloga, pedí la cita… programé el aborto, y me marché.

Era mi segundo aborto.

Tres años atrás, también había estado embarazada. Diego me dijo que no podía con eso, que estaba en plena campaña para conquistar la Manada del Sur, que un bebé lo distraería de su gran objetivo.

—Tranquila —me dijo—. Somos jóvenes y fuertes. Tendremos más hijos.

—Pero los lobos no debemos abortar. La Diosa de la Luna castiga eso —le respondí.

—No me importa lo que piense la Diosa. Yo soy el Alfa. Si yo digo que se aborta, se aborta.

Cuando supo que había abortado, se fue sin mirar atrás, y regresó a la manada a seguir con su guerra.

Mientras yo… me quedaba en casa. Sola. Lamiendo mis heridas, cuidando un cuerpo destruido, llorando cada noche.

Y, aun así, lo justificaba. Pensaba que un Alfa tenía responsabilidades; que yo debía ser comprensiva.

Hasta que lo vi arrodillado frente a Valentina. Entonces entendí: él no era incapaz de renunciar a sus metas por un hijo. Simplemente no estaba dispuesto a renunciar por mí.

Diego acompañó a Valentina al jardín del hospital. La sostenía como si fuera de cristal.

—Diego —dijo ella con voz dulce—, acepto casarme contigo, pero quiero que Isabel Rivas sea mi dama de honor. Como dicen los humanos: mi dama de compañía. Si no aceptas, no haremos boda.

Yo no podía creer lo que escuchaba. ¿Él aceptaría semejante humillación?

—Si no te casas conmigo, ¿con quién vas a casarte? Valentina, solo puedes ser mi Luna.

—Sí… eres el Alfa… no puedo huir. Pero si no aceptas que Isabel sea mi dama, me pondré triste… muy triste.

—Entonces, para que mi mujer no esté triste, acepto. ¿Ahora sí te casas conmigo?

—Pero que sea sorpresa. No le digamos nada hasta el día de la boda. Ya sabes cómo es. Si se ofende, me quedo sin dama.

—No te preocupes. Me debe la vida. Estuve diez años con ella. No tiene por qué negarse. Además, ser la dama de la Luna es un honor para ella.

Volvieron a besarse. Con hambre. Con pasión. Con amor.

Esta vez no solo me dolía el vientre. Me dolía el alma.

Avancé tambaleándome. Saqué el celular con manos temblorosas y marqué un número.

—Javier…

—¿Isa?

—Quiero volver a casa. Ven por mí.
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