Capítulo 02
—¡Por fin entras en razón! —La voz de Javier Rivas al otro lado del teléfono era una mezcla de sorpresa y alegría—. Cuando te fuiste con Diego Mendoza, dejando todo atrás para seguirlo hasta su manada, todos sabíamos que no era una buena idea. Como estabas tan enamorada, mamá y yo respetamos tu decisión. Pero han pasado diez años, Isa. ¡Diez! Y él nunca te dio un hogar, ni un apellido. Mamá siempre lo dijo: ese hombre no te ama. Solo te tiene como un reemplazo. Porque quien ama de verdad, da un nombre, un lugar, un futuro.

Si no fuera por ese maldito tera de videos con Valentina, o por haberlos visto con mis propios ojos en el hospital, arrodillados, con flores y promesas... Yo habría defendido a Diego sin pensarlo.

«Él es mi compañero destinado. Mi compañero bendecido por la Diosa de la Luna.»

Así lo creía. Hasta hoy.

—Fui una tonta —dije con la voz rota—. Toda mi elección fue una broma de mal gusto.

—Isa...

—Quiero ver a mamá. La extraño —lo interrumpí.

—Entonces vuelve. Ya. Te estamos esperando.

Durante años me había preguntado si Diego llegaría a enamorarse de alguien más en nuestras largas separaciones. Pero lo que nunca imagine fue que ese «alguien» fuera Valentina. La misma mujer que casi me había matado.

Sí. Él se había arrodillado frente a ella y le había pedido matrimonio, justo en el mismo sitio al que yo iba a ver al bebé que esperaba de él.

En ese instante, todo tuvo sentido.

Él no había renunciado a conquistar la Manada del Sur por mí. Pero ahora sí lo había hecho por Valentina. Por ella, incluso, había aceptado que yo fuera su dama de honor en su boda. Como si con eso pudieran burlarse de mí en público, quedando ellos como héroes románticos.

Entonces, oí un frenazo.

¡Pum!

El coche en el que iba fue embestido por detrás y el golpe me devolvió al presente, en el mismo instante en el que mi móvil vibró.

Era Diego.

—Isabel, me dijeron que estuviste en el hospital. ¿Estás bien? ¿Te sientes mal? —preguntó con un tono preocupado, como si de verdad le importara—. ¿Tuviste un accidente? —insistió.

—Tuve un choque —le dije sin emoción. Me dolía el vientre y la dignidad—. Un accidente menor.

—¡No te muevas! Voy para allá.

Antes, cuando Diego se preocupaba por mí, yo pensaba que era amor. Ahora, sin embargo, entendía que todo era parte de ser un Alfa.

Si alguien está en peligro, él ayuda, ya sea yo o un desconocido en la calle.

Cuando llegó era tarde, e iba en compañía de Valentina.

Cuando me vio de pie, sin sangre ni huesos rotos, soltó un evidente suspiro de alivio.

Ella ni siquiera bajó del auto.

—¿Estás bien, Isabel? ¿No necesitas ir al hospital otra vez? —preguntó ella desde la ventanilla.

La ignoré.

—¿Por qué están juntos? —pregunté sin rodeos.

Diego sabía perfectamente que Valentina había sido sentenciada y desterrada al desierto por haber intentado matarme hacía tres años.

¿Y ahora venía con ella? ¿Tan campante? ¿Sin ningún tipo de vergüenza?

—Yo solo vine a buscarte —dijo Diego, bajando la voz—. Pero la vi saliendo del hospital. Cuando le conté del accidente, insistió en venir conmigo. Solo quería ayudarte.

—¿Ayudarme? —solté una carcajada seca—. No vino por preocupación, Diego. Vino por morbo. Para ver si me moría.

—¡Isabel, basta! —me gritó—. ¡Estás difamando a Valentina! ¡Pídele disculpas ahora mismo!

Lo miré como si no lo conociera.

—¿Acaso escuché bien? ¿Ella casi me mata, y ahora soy yo la que debe pedir disculpas? ¡Ella causó el accidente!

—Por favor, ya no peleen —intervino Valentina, bajándose por fin—. Isabel, lo siento… De verdad. Me equivoqué. Esos dos años en el destierro me sirvieron para pensar. Sé que arruiné tu carrera… Sé que por mi culpa nunca más pudiste volver a bailar.

Se me acercó con esa cara triste, la voz temblorosa. Actuaba tan bien que daban ganas de aplaudirle. Pero yo solo quería escupirle la cara.

Diego me miraba, esperando que le sonriera, que le dijera «está bien, la perdono».

—¿Y tú qué opinas, Diego? ¿Debo perdonarla?

Él dudó un segundo, justo un segundo, y, luego, tragándose la incomodidad, dijo:

—Era muy joven. No sabía lo que hacía. Ya pagó. Hoy vino a disculparse. Deja el pasado atrás, Isabel. No sigas con esto.

Reí. Reí con toda la amargura que tenía acumulada.

Había arruinado mi vida, había destrozado mi cuerpo, y matado mi futuro. Y ahora… ¿tenía que «superarlo» para no parecer una resentida?

En aquel entonces, Diego juró odiarla.

Me llevó al hospital, lloró conmigo y me dijo que la despreciaba.

Sin embargo, ahora... se besaban, me pedían que la abrazara. Porque claro, ahora, él la amaba a ella, no a mí.

Ese día, si Diego no hubiera llegado a tiempo, Valentina me habría matado. Y él lo sabía mejor que nadie. Pero, aun así, ahora quería que les diera mi bendición.

Diego tomó la mano de Valentina y la acercó a la mía, como si quisiera reconciliarnos como niñas que se hubieran peleado por un vestido.

—Vamos, Isa. No más odio. Abrácense. Ya pasó todo.

Yo no me moví ni dije nada, mientras en mi cabeza rondaba una única idea.

El amor no justifica la traición, y menos si viene con aplausos.
Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP