Sufrí un aborto espontáneo cuando protegí a mi compañero Bruno, Alfa de la Manada Tormenta, del ataque de un lobo solitario. Pero, accidentalmente, escuché a Bruno hablando con nuestro sanador de la manada: —Cuando cures a Luna, aprovecha para sacarle la matriz. Que no pueda tener más hijos nunca. Entonces una loba llevó a un niño de tres años al cuarto y Bruno alzó al pequeño con orgullo, diciéndole al sanador: —Prepárale el mejor entrenamiento y comida a mi hijo. Quiero que sea fuerte para que pueda heredar la Manada Tormenta. Reconocí a la mujer: Carmen, una Omega que se había unido a nuestra manada cuatro años atrás. El niño tenía los ojos de Bruno y la sonrisa de ella. Sin dudas, era su hijo. Escuché mientras Bruno le seguía diciendo al sanador con firmeza: —Y usa la mejor medicina que tenemos, la Flor de Luna, para curar a Luna. Que se recupere bien. No importa lo que cueste, yo pago todo. El sanador miró a Bruno sorprendido. Solo había una hierba Flor de Luna en toda la manada, por lo que costaría por lo menos diez millones de dólares. Mi corazón se estremeció. Nunca pensé que el hombre que decía amarme más que a su propia vida me traicionaría así. Pero, cuando rompí nuestro vínculo de compañeros para dejarles el camino libre a su historia de amor, el Alfa se volvió loco.
Leer másCuando busqué mi celular, encontré un mensaje de un número desconocido:—Descansa hoy. Las clases de vuelo las dejamos para después hasta que se componga el clima. Avísame si necesitas algo. Adrián.Mis dedos se quedaron suspendidos sobre la pantalla.Poco después, recibí otro mensaje de Adrián.—¿Estás libre este fin de semana? Me gustaría invitarte a cenar.Su invitación me sorprendió. No esperaba que Adrián fuera tan directo cuando apenas nos conocíamos.Estaba a punto de decir que no cuando vi a Bruno acercándose desde el otro lado de la calle. Su figura delgada era inconfundible aun desde lejos.—Claro —escribí rápido—. Mándame la dirección y nos vemos ahí.Un destello de alegría cruzó los ojos de Adrián mientras asentía y se despedía.Apenas Adrián se había alejado cuando Bruno me interceptó, bloqueando deliberadamente mi camino con su cuerpo.—¿Quién era ese hombre? —exigió, con la voz cargada de enojo—. ¿Por qué aceptaste cenar con él?Creí que Bruno se habría ido tras nuestro
Nuestro instructor de vuelo era un joven Alfa llamado Adrián Escarcha. La palabra "guapo" no alcanzaba para describirlo.La mayoría de las mujeres del grupo se había apuntado solo para mirarlo. Sus rasgos perfectos y esos ojos grises tan intensos llamaban la atención a donde fuera.A pesar de toda esa atención, se mantenía serio y profesional. Solo hablaba cuando le preguntaban algo del trabajo, siempre distante y difícil de alcanzar.Antes de que comenzara la lección de helicóptero, revisó meticulosamente el equipo de seguridad de cada persona. Cuando llegó mi turno, sus ojos se quedaron fijos en mí más tiempo del necesario.Había algo extraño en sus ojos, casi como reconocimiento, como si nos hubiéramos conocido antes. Pero no dijo nada, simplemente verificó mi arnés de seguridad antes de guiarnos hacia el cielo.Cuando estaba con Bruno, él nunca me permitía participar en deportes extremos o actividades de adrenalina. Siempre se preocupaba por mi salud y seguridad, insistiendo en que
El territorio de la Manada Cazadora era hermoso, así que decidí establecerme allí de forma permanente. Tramité los papeles de residencia y compré un pequeño chalet en una zona tranquila cerca del borde del bosque.Aunque era modesto en tamaño, resultaba acogedor y cálido, perfecto para una vida solitaria sin sentirse sola. Las vigas de madera y la chimenea de piedra me recordaban la fortaleza y estabilidad que había estado reconstruyendo en mí misma.Mis días se volvieron simples pero satisfactorios, así que para darle algo de vida a mi hogar, adopté dos cachorros como compañía.El primer cachorro era una mezcla de lobo gris con un ojo azul y otro marrón que tenía una fascinación extraña por la luna. Lo llamé Astro por la forma en que parecía adorar al astro.El segundo cachorro era más pequeño y negro con patas blancas, y siempre enterraba mis cristales en el jardín, como si los plantara para que crecieran más. Lo llamé Hoyo por su pasión de excavar por todas partes.—No vas a hacer c
Mi tienda de cristales estaba cerca del océano. Cada día, mientras dibujaba nuevos diseños junto a la ventana, podía ver el mar azul que se extendía hasta el horizonte.El agua azul se mezclaba con el cielo mientras las gaviotas volaban y se lanzaban tras los peces, creando una vista hermosa y simple.A veces perdía la noción del tiempo observando las olas, mi lápiz suspendido sobre diseños a medio terminar. El ritmo del agua calmaba algo roto en mi interior.Siempre había amado el mar desde la infancia, pero mi familia era demasiado pobre para permitirse lujos como viajes a la playa.—Un día, cuando sea mayor y tenga dinero —le dije a mi madre una vez—, te voy a llevar a ver el océano.Ella sonrió aún con el labio partido. —Me gustaría mucho, cachorrilla.Nunca tuvimos esa oportunidad.Mi padre era adicto al juego, acumuló muchas deudas y bebía cuando fracasaba. Cuando estaba borracho golpeaba a mi madre brutalmente. Varias veces tuve que llamar a los vigilantes de la manada para salv
Mientras yo me adaptaba a mi nueva vida en la Manada Cazadora, Bruno se desmoronaba.El pánico se apoderó de él mientras buscaba por toda la habitación cualquier rastro de mí, su corazón latiendo con desesperación.—¡Ámbar! ¡Ámbar, dónde estás? ¡Ámbar! —gritaba una y otra vez mientras su voz se quebraba cada vez que decía mi nombre.Abrió de golpe la puerta del baño y apartó la cortina de la ducha como si pudiera estar escondida ahí, pero no encontró nada.Su respiración se volvió agitada y salió corriendo hacia el puesto de enfermeras, golpeando el mostrador con el puño tan fuerte que agrietó la madera y haciendo que la joven sanadora de turno saltara hacia atrás y casi dejara caer su portapapeles.—¿Dónde está mi compañera? —exigió Bruno con los ojos dorados, su lobo a punto de salir a la superficie.—Alfa Bruno, por favor —tartamudeó la sanadora pegándose a la pared—. Pensamos que estaba durmiendo, los monitores estaban manipulados para mostrar lecturas normales. Usted nos ordenó no
Las palabras que debieron ser halagos sonaron en mis oídos como burla.Esbocé una sonrisa amarga y les hice un gesto a todas las mujeres para que se fueran.Después de esa demostración para probar su inocencia, Bruno parecía más tranquilo. Se sentó en el borde de la cama y tomó mi mano entre las suyas, con expresión sincera.—Ámbar, sabes que solo te amo a ti en esta vida. Mi corazón nunca va a ser de otra mujer.Respondí con un débil «ajá», ignorando la decepción en sus ojos mientras alejaba mi mano.Un momento después, Bruno pareció recordar algo y agregó:—Ámbar, mañana tengo que viajar al territorio del Norte, así que no puedo quedarme contigo. Pero mi teléfono va a estar disponible para ti las veinticuatro horas. Si me extrañas, solo llámame.Su declaración de amor sonaba tan genuina, sin rastro alguno de engaño.Reprimí la incomodidad que me subía por el pecho y asentí. —Ten cuidado en el viaje.Claramente, capté el destello de culpa en sus ojos antes de que hablara co
Último capítulo