Estuve hospitalizada dos días, durante los cuales, Diego desapareció de mi vida por completo. No me llamó, no vino, ni siquiera me envió un mensaje.Pero, claro, sí había tenido tiempo para subir historias a Instagram. En pleno día de San Valentín, él y Valentina habían ido al parque de diversiones; habían participado en el reto viral de «besarse durante un minuto en lo más alto de la rueda de la fortuna». Yo, desde la cama del hospital, los vi sonriendo en cámara, con las luces girando detrás; como si el universo entero celebrará su felicidad… y mi derrota.Al volver a casa, lo primero que hice fue abrir el armario donde guardaba todo lo del matrimonio, y repartí entre las empleadas del servicio cada detalle que había escogido con amor, con ilusión. —Llévense lo que quieran —les dije con voz tranquila—. Lo nuevo, lo bonito. Ya no es mío.Dicho esto, me senté en el sofá, abrí la galería de mi celular, y comencé a borrar todas las fotografías que tenía con Diego: selfies con él,
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