—¡Isabel, estás malinterpretando todo! ¡Estás completamente equivocada!
—La voz de Diego se quebraba al otro lado del teléfono—. Por favor, vuelve a mi lado. Te lo explico todo cara a cara.
“¿Explicarme qué exactamente?”
¿Que fui una ingrata por no aparecer en su boda y enviarle aquel paquete humillante?
¿Que debí guardar mis quejas en privado, como buena futura Luna, y no exponerlo frente a todos?
Lo que más detestaba de él era su insistencia enfermiza en que yo y Valentina debíamos llevarnos bien.
Como si el problema fuera mío.
Como si no supiera que, de no ser por él, esa mujer jamás habría estado en mi vida.
Jamás me habría clavado un cuchillo.
Valentina estaba obsesionada con Diego desde siempre.
Y como una Omega, lo ocultaba con una máscara de dulzura.
La primera vez que la conocí, me mandó el video de Diego declarándome su amor en la cancha de básquet.
Llorando, me dijo:
—Me conmovió tanto… Soy fan de Diego. Y ahora que tú vas a ser su Luna, también seré tu fan. Déjame acompañar