El sol había bajado un poco cuando la plaza dejó de murmurar y empezó a actuar. Las copias repartidas como papel moneda comenzaron a circular: manos que leían, ojos que reconocían, vecinos que señalaban. La intención de hacer de la verdad un ruido imposible de enterrar funcionó: la gente estaba despierta.
Llegó el mensaje que todos esperaban y temían: Coran había rechazado la citación. Su respuesta oficial habló de “necesidad de preparar defensa” y de “riesgo para el equilibrio del reino”. Extraoficialmente, la ciudad vieja hervía con órdenes de proteger mansiones y cerrar callejones. La Corona pedía calma; los ministros pedían cordura; la gente pedía nombres que pudieran golpear con la razón.
Maeli no cedió a la espera. Convocó a un consejo de emergencia en la mesa central e impuso medidas: custodia pública de los archivos, patrullas mixtas en torno a los cofres, y la lectura diaria como ritual que volvería intolerable el silencio. Mandó a uno de sus fiscales a acompañar a la flota d