La bahía recibió a la pequeña flota como una bestia que olfatea su propia presa: olía a sal, rescates y peligro. Kethra ordenó que los barcos se mantuvieran agrupados; los remos marcaban la cadencia como latidos. En la proa, Lord Miron sostenía la caja con documentos abiertos, y detrás, Eradow miraba el horizonte con ojos apagados por la vergüenza y la responsabilidad.
—Si la Corte nos cierra puertas —dijo Kethra—, abriremos plazas. Si nos atacan desde tierra, les devolvemos las costas.
Selin, sobre uno de los balandros menores, se pegó a las sombras de la ciudad cuando la flota rodeó el cabo. Sus pasos eran silencios. Marek, con dos Sombras, arrastró cofres por callejones que olían a aceite y a terror. La capital no dormía: los rumores los precedían.
Alric apareció en la primera plaza con un séquito oficial, vestido para la función y con la rigidez de quien aún cree que una corbata puede detener una tormenta.
—Se exige que las pruebas sean entregadas en la Cámara —anunció—. La Corona