La madrugada cayó como un manto de plata sobre la bahía cuando la flota zarpó de nuevo. El juramento en la Fortaleza de las Sombras Eternas todavía vibraba en el pecho de Kaeli; cada nota del pacto parecía haberse arraigado en la savia de su sangre. Daryan caminaba junto a ella por la cubierta de la nave principal, la niña dormida en su resguardo. El viento olía a sal y a promesas recién labradas.
—Siento a la manada más cerca —dijo Kaeli, con la voz aún ronca del ritual—. Como si la Luna hubiera metido sus dedos entre nuestras costillas.
Daryan apretó la mano que ella le tendía.
—Y la llevaremos hasta donde haga falta —respondió—. Hoy iremos al corazón del reino. Allí donde los reyes temen a la verdad que puede despertar.
Serenya, recién repuesta de las últimas escaramuzas, se acercó con su hacha al hombro. Sus ojos, aún brillantes por la noche de júbilo, se clavaron en Kaeli y en la cría.
—Hemos sellado la alianza —dijo—. Ahora toca que la voz de Flor de Luna cruce los palacios y ll