La flota se alejó del puerto bajo un cielo que aún olía a pan y a promesas. Pero la brisa nocturna traía también otro rumor: no todos los que habían recordado con emoción estaban dispuestos a ceder poder. Entre los comerciantes que habían llorado por las memorias recuperadas, algunos vieron peligrar contratos y privilegios; en los corredores del palacio, una sombra larga se movía con la precisión de quien no acepta humillaciones.
Al llegar al camarote donde la manada se reunía a evaluar la jornada, Kaeli dejó a Flor de Luna en un cojín, y la niña, somnolienta, rozó un dedo contra la mano de su madre como si supiera que cada gesto suyo tenía un eco. Daryan cerró la puerta de madera y dejó caer la capa. Su respiración tenía la calma de quien guarda el filo en su costado.
—Hoy hemos cambiado algo —dijo Kaeli, mirándolo—. Pero siento que no será el fin.
Daryan apoyó la frente en la de ella.
—No será el fin. Pero hemos abierto una grieta por la que entra luz. Y la luz molesta a quienes viv