La niebla del Bosque de los Susurros se había vuelto un manto movedizo, plagado de ojos que centelleaban entre las sombras. Tras la redención de Malka y la derrota de Valek, la manada Volkov avanzaba con paso firme, conscientes de que sus juramentos habían cortado muchas raíces corruptas… pero no todas. El claro bajo el abedul restaurado había sido solo una batalla; la guerra continuaba en lo más profundo del bosque.
Kaeli cabalgaba junto a Daryan sobre su brioso corcel gris ceniza. A su espalda, la marca de plata en el costado le recordaba la última flecha y el dolor que la había marcado. Pero esa herida no era la única que llevaba en su cuerpo.
—Siento el bosque… como un pulso en mi vientre —murmuró Kaeli, posando una mano en la curva de su túnica que comenzaba a abultarse—. Un latido que no es mío… ¿Lo oyes?
Daryan apretó el costado de su caballo para detenerlo. La luz plateada descubrió la palidez del rostro de Kaeli.
—Hace un instante noté tu mano tibia —respondió él, bajando la