Capítulo 54

La niebla matinal se disolvía en motas danzarinas cuando la caravana Volkov finalmente alcanzó el umbral del Corazón del Bosque. Los árboles centenarios formaban un pasillo de cortezas negras, con ramas entrelazadas como dedos apuntando al cielo gris. En el aire flotaba un calor suave: la semilla que crecía en el vientre de Kaeli palpitaba con un fuego propio, despertando resonancias ancestrales.

Kaeli avanzó a pie junto a Daryan, trabada a su brazo, mientras los guardias y lobeznos iban cerrando filas. La panza de Kaeli había empezado a mostrarse apenas, y con cada paso su túnica parecía tensarse en un susurro de promesa.

—Lo sientes, Luna —murmuró Daryan, deteniéndose ante el tronco más antiguo del claro—. Esto no es solo la sangre de un niño. Es la chispa de un don dormido.

Kaeli apoyó la palma sobre su vientre, los dedos sintiendo un latido contra la carne.

—Siento su pulso mezclarse con mis propios latidos. Como si una savia nueva corriera por mis venas.

A su alrededor, un murmul
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