El Valle de los Ecos estaba envuelto en una niebla espesa, como si la tierra misma intentara ocultar lo que había despertado. Las raíces no se movían. Las piedras lunares no vibraban. Y el aire… parecía contener la respiración del mundo.
Daryan descendió por el sendero de obsidiana acompañado por Lyara, Veyra y tres lobos guardianes. No llevaban armas. No llevaban símbolos. Solo llevaban la marca. Y el silencio.
La loba blanca los esperaba en el centro del valle.
No se movía.
No parpadeaba.
Solo existía.
Su pelaje brillaba con una luz suave, como si la luna la hubiese tejido. Sus ojos dorados no eran agresivos. Eran antiguos. Y en su pecho, la luna doble pulsaba con un ritmo que no pertenecía a ningún clan.
Lyara se detuvo.
—No es una criatura. Es un eco.
Veyra frunció el ceño.
—¿De quién?
Daryan dio un paso al frente.
—De lo que fuimos antes de dividirnos.
*
La loba blanca giró lentamente la cabeza hacia él.
No habló.
Pero todos la escucharon.
> “El vínculo está herido. La raíz tiemb