La noche en el Valle de Aelthorn no era como las demás.
Las lunas gemelas se reflejaban en el lago de obsidiana, pero su luz no tocaba el agua. Las raíces del bosque se habían retraído. Los cuervos no cantaban. Y en el centro del claro ritual, tres figuras esperaban en silencio.
Serenya, la matriarca del clan, sostenía el cuenco de sal negra entre sus manos. A su lado, su hija menor, Elenys, vestía el manto de iniciación. Y frente a ellas, un invitado inesperado: Tharos, emisario de los Volkov, enviado por Daryan para reforzar los pactos tras el atentado.
Pero Tharos no venía solo.
Venía con una sospecha.
*
—¿Por qué el ritual de purificación se hace sin testigos? —preguntó, sin levantar la voz.
Serenya no respondió de inmediato. En cambio, vertió la sal negra sobre el círculo de raíces, trazando un símbolo que no pertenecía a la tradición Volkov.
Elenys bajó la mirada.
—Porque no todos los pactos deben ser vistos —susurró.
Tharos se acercó.
—¿Y qué pacto se está sellando esta noche?