La luna estaba alta, pero no tranquila.
Las piedras lunares vibraban con fuerza. Las raíces del jardín se movían como si intentaran advertir algo. Y los lobos guardianes, que solían patrullar con calma, corrían en formación cerrada, con los colmillos expuestos y los ojos encendidos.
Kaeli lo sintió antes de que alguien lo dijera.
La marca en su cuello ardió.
No por vínculo.
Por alarma.
Daryan apareció en el umbral de la cámara de los espejos.
—Algo se acerca —dijo, sin alzar la voz.
Kaeli se incorporó.
—No algo. Alguien.
*
En el Salón de Piedra, Lyara y Veyra recibían informes de los exploradores.
—Tres lobos muertos en el límite sur —dijo Tharos—. No por magia. Por colmillos. Pero no nuestros.
—¿Los reconocieron? —preguntó Lyara.
Luneth entró con el pelaje erizado.
—No. No son de ningún clan aliado. Y no responden a señales lunares.
Veyra gruñó.
—Entonces no son lobos. Son armas.
*
Kaeli y Daryan descendieron al vestíbulo.
Los clanes menores se reunían con inquietud. Las brujas de El