La luna seguía baja esa noche.
Como si aún guardara silencio por Maelis.
Pero en las ruinas del clan de las lunas rotas, el fuego no era azul. Era negro. Y no ardía. Susurraba.
Elara caminaba en círculos alrededor del altar de obsidiana. La otra mitad del colgante vibraba con una frecuencia irregular, como si respondiera a algo que aún no había sido invocado.
Rovan y Eris observaban desde la sombra.
—La muerte de Maelis fue efectiva —dijo Rovan—. La manada está debilitada. El vínculo entre Kaeli y Daryan está distraído por el duelo.
Elara no respondió.
Solo colocó sobre el altar una piedra de eclipse, una raíz encantada y un fragmento de espejo lunar.
—No vamos a romperlos —dijo finalmente—. Vamos a infectarlos.
Eris se acercó.
—¿Cómo?
Elara alzó la piedra.
—Con una ilusión. Una visión. Una semilla de duda.
*
En la mansión Volkov, Kaeli se encontraba en la cámara de los espejos.
La marca en su cuello brillaba con un tono gris, aún resonando con el duelo. Daryan dormía en la habitación