La luna creciente se alzaba sobre Langyan con una luz pálida, casi tímida. La marca en el cuello de Kaeli seguía brillando, pero su pulso se había vuelto irregular. No por debilidad. Por advertencia.
En la mansión Volkov, los pasillos estaban más silenciosos que de costumbre. Las criadas caminaban con pasos medidos. Los lobos guardianes patrullaban en formación cerrada. Y los espejos encantados comenzaban a mostrar imágenes que nadie había invocado.
Kaeli lo sentía.
No en la piel.
En el aire.
Algo se estaba gestando.
*
En una caverna oculta bajo las ruinas del clan de las lunas rotas, cinco figuras se reunían en círculo. Vestían capas negras, con símbolos antiguos bordados en sangre seca. En el centro, una piedra lunar partida vibraba con una energía oscura.
—La unión fue sellada —dijo Eris, con voz grave—. Y la luna la aceptó. Pero eso no significa que debamos rendirnos.
Rovan se inclinó hacia la piedra.
—Kaeli es poderosa. Pero está distraída. Enamorada. Vulnerable.
Una tercera figu