Me quedé allí, hecha un ovillo en el mismo lugar donde me había dejado. No supe cuánto tiempo pasó. El suelo estaba frío, duro, y aun así no me moví. Era como si levantarme significara aceptar que Dean no iba a volver.
Las horas se estiraron de una manera extraña. Al principio lloré. Lloré hasta que me dolió el pecho, hasta que la garganta se me cerró y las lágrimas me quemaron los ojos. Después… ya no quedaba nada.
No había lágrimas.
Solo dolor.
Un dolor sordo, constante, que se me instaló en el pecho y no se movía. Sentía la cabeza punzante, como si alguien apretara desde dentro. Los párpados me pesaban, hinchados, ardidos por no haber dormido en toda la noche. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía a él alejándose.
Había perdido la noción del tiempo. Solo sabía que seguía allí, abrazándome las rodillas, respirando por inercia, porque el cuerpo insiste en vivir incluso cuando el corazón ya no quiere.
Lo más cruel de todo era que esto… esto era lo que yo creía que quería al principio