79• Madre e hija.
Seguía en shock, inmóvil, mientras ella sostenía mi mano con esa delicadeza extraña, como si esperara que yo reaccionara de alguna manera, que dijera algo más que simplemente quedarme ahí, paralizada, con la mente reducida a un murmullo blanco. Sentía el corazón golpeando con tanta fuerza que cada latido parecía subir por mi pecho, trepar por mi garganta y retumbarme en los oídos como un tambor que no sabía detenerse.
Respiré hondo, o intenté hacerlo, porque el aire apenas me entraba. Tragué saliva y busqué a mi padre con la mirada, aferrándome a la idea absurda de que en su rostro encontraría una explicación, una negación, cualquier gesto que desmintiera lo que acababa de escuchar. Pero él solo me miraba… y ese silencio me hundió aún más.
—¿De qué habla? —logré decir al fin, apartando un poco mi mano, aunque ella todavía la rozaba con la punta de los dedos, como si le costara soltarme—. Usted no puede ser mi madre. Mi madre falleció cuando nací.
Al decirlo, algo se quebró en su expre