78• Mis niñas.
Entramos en la casa con los nervios desbordados, como si cada paso activara una alarma distinta dentro de mí. Aún sentía el temblor en el pecho, esa mezcla incómoda de miedo y expectativa que se arremolinaba desde que supe que alguien venía de camino. Un desconocido… pero un aliado, según mi padre. Y aunque esas palabras deberían haberme tranquilizado, solo añadían otra capa de incertidumbre al aire ya espeso que nos rodeaba.
Todo parecía igual, pero nada lo era. Había una pieza más moviéndose hacia nosotros, una ficha que completaría el rompecabezas que llevábamos demasiado tiempo intentando armar: el último engranaje para trazar el plan definitivo, el que nos permitiría ir por Celine sin caminar a ciegas. Pensar en eso, en que cada minuto nos acercaba un poco más a ella, me sostuvo por dentro, como si esa idea fuera la única hebra de calma en medio del caos.
Estábamos más cerca de lo que jamás había imaginado, y aun así no dejaba de rogar que Seth no la lastimara más antes de que pu