60• No es mi chica, es mi mujer.
Por un momento pensé en decirle la verdad, contarle que no había sido precisamente una historia de amor a primera vista, que había acuerdos, peligros, deudas que no eran mías y decisiones que me habían arrancado de mi vida. Pero el cariño con el que hablaba de Dean, me frenó.
Elegí el silencio. Tomé otro trozo de focaccia y asentí apenas, como si todo aquello fuera completamente normal.
Terminamos de desayunar bajo la mirada curiosa de la niña. Cuando me levanté de la mesa, Domenica también lo hizo. Antes de que pudiera decir algo, una voz femenina, más mayor, la llamó desde la otra habitación:
—Domenica, cariño, ¿puedes venir un momento?
Ella suspiró y dejó la servilleta sobre la mesa, como si de pronto el peso del día hubiera caído sobre sus hombros.
—Tengo algo importante que atender —anunció, dirigiéndose primero hacia la puerta, pero girándose hacia mí antes de dar el primer paso—. Dulcie te acompañará.
Se acercó a su hija y tomó dos pequeñas cestas ya preparadas, colocándolas en