Después de vestirme, empecé a caminar por la casa sin saber exactamente a dónde iba. Era como estar buscando algo… o a alguien. Y aunque no quería admitirlo, ese alguien era Dean.

No lo encontré por ningún lado. Cada habitación estaba vacía. Y justo cuando empezaba a sentirme un poco tonta por deambular así, mi estómago rugió con una fuerza que casi me hizo reír. Tenía hambre. Mucha.

Fue entonces cuando escuché algo: voces bajas, el choque de cucharas, el ruido de una sartén. Seguí el sonido por un pasillo amplio con paredes claras y cuadros antiguos que parecían observarme. Bajé un par de escalones, crucé una sala inundada por una luz cálida que entraba por los ventanales, y dejé que el olor a especias y aceite caliente me guiara hasta la cocina.

Cuando entré, me encontré con una escena que me detuvo en seco.

La madre de Dean estaba de espaldas, hablando con una niña pequeña de cabello negro azabache, tan parecido al de ella que era imposible no conectarlas. Las dos estaban frente a