50• Perder el control.
Cuando le pedí a Dean que fuera mi ángel protector —medio delirando por la fiebre— jamás imaginé que se lo tomaría tan a pecho. Desde ese momento, su forma de cuidarme se volvió más intensa. Incluso después de decirle tres veces que no necesitaba una bufanda para el frío, insistió en ponérmela él mismo.
A veces pensaba que no era solo por el clima… sino una manera de asegurarse de que nadie pudiera reconocerme. Como si quisiera mantenerme a salvo de peligros que yo ni siquiera podía identificar.
El dolor ya no era tan agudo, pero igual necesitaba apoyo. Y Dean terminó siendo eso: el hombro firme en el que podía recargarme mientras avanzábamos por el pasillo.
Cuando pasamos frente a la puerta de la dalia, mis pasos titubearon. La observé por unos segundos… y luego lo miré a él. Había algo en su expresión, una especie de expectativa silenciosa, como si esperara que dijera algo o que me acercara.
Pero no lo hice. No quería tocar esa puerta. Ni en el plano real, ni en el emocional.
Al lle