Un matrimonio conveniente no es más que una tortura para quien no lo desea. El destino de Bianca Rizzo era ser una esposa trofeo, su padre la había logrado comprometer con los hijos de unos millonarios empresarios italianos. Bianca se sentía como si estuviera en una mafia. Al conocer a Nathaniel una semana antes de su boda supo que no la amaría nunca ya que él era frío, tosco y muy apartado de ella. Como su esposa servía como una ficha en la dinastía que los Giordano querían construir, pero una vez sirviera a sus propósitos, sabía que su futuro sería incierto. Un momento de dificultad la deja en vilo y decide que ayudará a los Giordano a tener el ansiado heredero y así controlar todas las acciones de la empresa. Un contrato prenupcial le impide tener hijos que no sean de Nathaniel por lo que deberá arreglárselas para quedar embarazada de su esposo y tan rápido como pueda para poder tener la ayuda de sus suegros y salvar a su padre. Un cambio de identidad y un juego de seducción hacen ver a Bianca que lograr sus objetivos serán un verdadero reto, pero está dispuesta a todo con tal de salvar a quienes ama.
Leer más5 años antes
Bianca siempre había tenido sueños y en ninguno de esos sueños y anhelos de su juventud estaba vestirse de novia, sin embargo, estaba pasando. Estaba ahí parada en medio de un salón con su vestido blanco y su velo de encaje. El bouquet de rosas en sus manos temblorosas y su falta de emoción en la cara. Trataba de ver a los invitados a aquella de farsa, pero sus caras no quedaban grabadas. Si los veía con atención, aún así solo veía manchas borrosas de personas que no conocía.
Y si era honesta consigo misma, ni siquiera pertenecía a aquel lugar, pues ella solo era una chica más del montón. Y si las cosas hubieran sido diferentes para su vida, jamás se habría casado con él porque sus mundos jamás se hubieran cruzado.
Y es que ella, Bianca Rizzo solo era una criada. Una chica pobre que venía de una familia humilde, tenía deseos de superarse a sí misma, ir a la universidad, estudiar una carrera y ser profesional para que su padre, quien era el único que quedaba, tuviera una mejor vida, mejor a la de un simple mayordomo en casa de los señores Giordano, una familia poderosa y con la cual ese día se estaba casando.
¿Cómo había podido ocurrir aquello? Parecía un cuento, una telenovela, pues en la vida real, jamás se habría fijado en ella porque si algo conocía de su prometido es que era un arrogante fanfarrón.
Su “novio” al lado, apenas lo conocía de hacía una semana atrás y si bien era rico y guapo no era razón suficiente para casarse con él. Al menos eso era lo que ella creía. Y es que en esa semana que lo había visto y conocido había llegado a la terrible conclusión de que ella jamás podría enamorarse de él. Sin embargo, para millonarios, los herederos lo eran todo y ya le habían dejado clarísimo cual sería su deber. Se le proveería hasta la saciedad, pero su única preocupación era aquel hombre que no podía ser compatible con él. Y ahí parada en el altar de la iglesia se volvía a preguntar como su padre había permitido aquella unión y más creyendo y habiendo vivido el amor de verdad. Vio de nuevo a Nathaniel frente a ella y luego giró a ver al oficiante de la ceremonia sintiendo como las palabras querían salir a gritos. —Aquel que se oponga a este matrimonio, hable ahora o calle para siempre. –Bianca quería decir que ella era quien se oponía a ese matrimonio. Veía de un lado a otro y ahí estaba su papá, feliz de que ella estuviera contrayendo matrimonio. Le parecía irreal. La iglesia estaba decorada con lazos y flores. La familia de Nathaniel también sonreía y lucía con sus mejores trajes su posición y status. El pastor de aquella iglesia seguro ni sabía los motivos que los habían llevado al altar, pero ya que cumplieron con todo el curso prematrimonial, no había motivos para parar aquella boda. Excepto que ella no quería ser la esposa de Nathaniel Giordano. Abrió la boca, pero la mirada de la madre de su futuro esposo la miró amenazante y la cerró de inmediato, tragando saliva, muy nerviosa. Odiaba aquella farsa. —En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Yo los declaro “Marido” y “Mujer”. Puede besar a la novia. —Bianca se tensó al ver como Nathaniel le quitaba el velo encima del rostro y se acercaba a ella para besarla. Sus labios eran fríos, y parecía que aquel beso solo lo hacía para cumplir un patrón, un formato. Lo que se esperaba, era lo que todo el mundo había venido a ver en aquel circo a fin de cuentas y ellos eran el espectáculo, aunque, por lo que podía ver, Nathaniel no tenía ningún problema en representar su papel. —Damas y caballeros, es un placer presentarles al señor y la señora Giordano. —Una farsa. Tomándola de la mano, Nathaniel, sin decir una palabra, se dispuso a salir por el pasillo de la iglesia con ella. Caminó por inercia, un paso tras otro mientras ella solo sentía que aquel sería el final de su vida como la conocía, pero no como hubiera querido que pasara. Las personas los felicitaban y ella mantenía una sonrisa que era digna de un premio Oscar. Al parecer si era suficiente buena como actriz.
Subieron al auto para irse a la fiesta de recepción, y solo estando los dos las máscaras de ambos cayeron. Él tuvo una expresión seria y dura al mirarla, ella mostró su verdadero temor ya que era lo único que sentía en aquel momento, era completa frustración. El silencio se hizo extremo, así que él fue el primero en hablar.
—¿Estás bien? Debes admitir que de este matrimonio quien sale ganando eres tú. Tendrás el apellido Giordano, dinero y muchos lujos, es mucho más de lo que alguien en tu posición puede aspirar a tener.
—¿Alguien de mi posición? ¿Te refieres a la hija de un mayordomo? ¿Según tú debería ser una criada en lugar de tu esposa?
Él no respondió y su silencio hizo que le dieran náuseas. Tal vez él no la amara nunca pero no era mucho pedir que al menos la respetara. Ella también había sido llevada a hacer algo en contra de su voluntad. —Me iré esta noche.
—Quisiera pedirte algo. -dijo y él la miró con atención mientras ella se quitaba el velo. —Quiero estudiar administración. Siempre he querido ser una ejecutiva y aún estoy a tiempo de inscribirme en la universidad.
—No necesitas estudios si lo que eres es una esposa trofeo.
Bianca sabía que era más que eso, podría ser más si tuviera las oportunidades a su alcance. —Entonces no vas a ayudarme.
—No. Creo que ya te ayudé bastante.
Le causó asco el pensar que ahora su vida estaba reducida a ser lo que otra persona quería, un ornamento social y nada más. Una esposa trofeo, eso es lo que era ahora y no le gustaba ser esa persona. —Quiero saber ¿Me serás infiel?
—Seguramente.
—Así que, según tú, que yo sea tu esposa es suficiente premio. No tengo derecho a expandir mis horizontes ni a pensar por mi cuenta. Solo debo sentarme donde tus padres me digan, lucir bonita y sonreír. ¿Eso es ayudarme?
Nathaniel no le contestó a su esposa, ella asumió que su silencio era de un “SÍ” —¿Tan desagradable es casarte conmigo? –Respondió él viendo que ella quedaba en silencio nuevamente. Bianca no quiso preguntar nada más, solo esperó que el chófer siguiera su camino. Ignorada. En el día de su matrimonio. Al bajar, la expresión de su esposo cambió por completo, sonrisas, felicidades, estaba ganándose el Óscar a “Mejor actor” pues estaba portándose como un absoluto hipócrita. Mientras todos celebraban excepto ella, se alejó del salón para pensar que la había llevado a estar en aquella situación.
Todo el mundo conocía a los Giordano. Eran una familia millonaria y dueña del grupo tecnológico “Gamma” dedicados a las telecomunicaciones. Quienes gerenciaban aquel complejo, Ignazio y Carmenza Giordano no eran los dueños absolutos ya que todo le pertenecía a Nathaniel, pero solo sería suyo si cumplía con los requisitos de la herencia de su abuelo. Ella no era de su misma clase, solo la hija de un hombre que un tiempo estuvo al servicio de los Giordano, y aunque había renunciado muchos años atrás, los Giordano seguían mandándole dinero para que la cuidara a ella.
Cuando Bianca cumplió la mayoría de edad supo que su papá había negociado su matrimonio desde que ella tenía doce y habían ido por ella. Quería irse a estudiar a Cambridge y se había esforzado por lograr ese sueño, por lo que cuando su padre le dijo que se casaría con él, hubo un sinfín de quejas y “peros”. Y sin embargo, aunque se negó en redondo, no obtuvo lo que quería, un contrato la dejaba atada para siempre a Roma. Cuando conoció en persona a su futuro esposo decidió que no era su tipo, sin embargo, en esa misma semana sería su boda. Días anteriores tuvieron su ceremonia por civil, y ahora, luciendo el vestido de novia que ni siquiera puedo escoger, sino que su suegra le impuso, y la fiesta que querían los Giordano, se casaba con alguien que no amaba. —Dios. Por favor. –Suspiró mirando al cielo. —Sé que no es el matrimonio como debe ser. Un hombre y una mujer deben amarse, y prometerse fidelidad en las buenas y en las malas. Es lo que me enseñaron. Por lo que sé que esto es un chiste muy malo. —Escuchó el carraspeo y una ligera tos y volteó muy nerviosa viendo a su suegra. La mujer estaba impoluta. Alta, sus pómulos estaban elevados, pensó Bianca, seguramente por cirugía. Era igual a su hijo, misma mirada fija y de juzgar, se paseaba por todo el cuerpo de Bianca, evaluándola.
—Serás una buena esposa para mi hijo. Ahora hablemos de tus deberes. Ya sabes lo que tienes que hacer. Él no quiere, pero ya que eres su esposa, se esperará que pronto des a luz a un heredero.
—¿Nathaniel no quiere tener hijos? –Se dio cuenta de lo poco que conocía a su esposo. —Lo siento señora Carmenza. Solo quiero saberlo.
—El trato se hizo, compórtate ahora como la señora Giordano. ¿Entendido? –La dejó sola y Bianca suspiró para luego sacarse el velo de la trenza que tenía hecha en su cabellera rubia. Echó un vistazo a toda la ciudad. La arquitectura de Roma le fascinaba, ahí, en donde vivió toda su vida le parecía imposible que estuviera pasando aquel momento de fastidio.
La fiesta le parecía insulsa, por lo que ponerse ebria hasta el fondo fue como una buena idea. Bebiendo una copa tras otra trató de pensar en que podría hacer para salir de aquel aprieto. Buscó a su esposo en medio de la fiesta y se acercó al verlo. —No tendremos noche de bodas. -Dijo ella mirándolo directo a la cara un tanto achispada. —no quiero acostarme contigo.
—Yo tampoco. –A pesar de que la primera negativa fue de ella, Bianca asintió al oír las palabras de Nathaniel y lo miró algo confundida. —No voy a tocarte. Tendrás la protección de mi apellido y dinero, pero en lo que a mí respecta, tú y yo no somos marido y mujer. No te preocupes porque quiera acostarme contigo, porque no lo haré.
—Cómo quieras. ¿Habitaciones separadas? –Vió que asintió, la fiesta siguió adelante y en cuanto se fueron, al llegar con él al hotel, tomó la primera llave que le ofrecieron y subió. Había mucho que no comprendía, pero algo sí sabía, iba a ser una esposa virgen por el resto de su vida (eso no le desagradaba porque prefería cortarse una mano antes que acostarse con un hombre que no amaba). Aunque quizá tuviera un par de cosas buenas. Se quitó su vestido y se acostó. Sin duda iba a cambiar las cosas a su favor en algún punto y aunque no fuera al día siguiente, o al mes que seguía o en un año, sabía que lograría sacar la fuerza necesaria como para enfrentarse al mundo y conseguir beneficios de aquel trato en dónde la habían movido de un lado a otro como un maldito peón.
Si había algo que regía su vida de principio a fin es que siempre era una pieza para el juego de alguien más, pero ahora era adulta, una mujer, y tenía que buscar sus propias metas, sueños y beneficios. Y ya que a nadie le pareció importar lo que ella sentía o lo que quería, era mejor que tampoco pensara en los demás.
Eran obstáculos, y pensar en lo que un obstáculo quería o sentía era una pérdida de tiempo. Y estaba segura de que no quería acabar como otras mujeres con el corazón lleno de dolor y el alma rota. Tenía que surgir, levantarse y empoderarse, después de todo, ahora era una Giordano y como tal pertenecía a una familia poderosa.
Aunque fuera solo de nombre.
La bruma espesa de la villa se había convertido en un manto opresivo, dificultando la visión y añadiendo una capa de irrealidad a la tensa persecución de Carmenza. Nathaniel, apretando los puños con rabia e impotencia, seguía de cerca a los oficiales que se abrían paso con dificultad entre la vegetación. El grito desgarrador de su hija al ser arrastrada por su madre resonaba en sus oídos, un eco doloroso de la desesperación que lo impulsaba. La carrera por el terreno empinado era peligrosa. Las raíces resbaladizas, las rocas ocultas bajo la maleza y la escasa visibilidad convertían cada paso en una amenaza. Nathaniel, a pesar del miedo por la seguridad de su hija, no podía evitar sentir una punzada de preocupación por Carmenza. Sabía que estaba actuando impulsada por el pánico, y temía que su desesperación la llevara a cometer errores fatales. Después de lo que parecieron horas de angustiosa persecución a pie, los oficiales lograron divisar un viejo vehículo todoterreno estacionado
Cinco meses y veinte días habían transcurrido desde que Bianca había sido desterrada a esta prisión de piedra y silencio. cinco meses y veinte días en los que el mundo exterior se había desdibujado hasta convertirse en una leyenda lejana, un eco de una vida que alguna vez fue suya. En ese tiempo, la pequeña chispa de esperanza que había encendido el primer aleteo de su bebé se había convertido en una llama constante, una luz tenue pero inquebrantable en la oscuridad de su encierro. Los últimos meses habían sido una danza agotadora entre la creciente incomodidad física y la anticipación febril. Su cuerpo, una vez ágil y lleno de la energía de una artista, se había transformado bajo la carga de la vida que llevaba. Cada movimiento era ahora un esfuerzo consciente, cada noche un laberinto de posturas incómodas y sueños agitados. Pero en cada punzada, en cada tirón, Bianca encontraba una extraña mezcla de temor y excitación. Su bebé estaba casi aquí. Carmenza, la arquitecta de su miser
Cinco lunas llenas y menguantes habían pasado desde aquella noche que había conocido mejor a su esposo, cuatro más cuando la mano helada del terror lo había arrancado de su vida. Los rescoldos de la crisis con Nathaniel, que en su momento habían ardido con la intensidad de un volcán doméstico, ahora eran cenizas frías, insignificantes ante la gélida realidad de su cautiverio en esta casa italiana olvidada por el tiempo. La venganza de Carmenza, la tía cuyo corazón parecía haberse petrificado en un molde de rencor, la había transportado a este rincón aislado, donde el silencio solo era interrumpido por el susurro del viento entre los cipreses y el eco lejano de alguna campana de iglesia.La memoria del secuestro seguía siendo un nudo apretado en su pecho. La repentina intrusión en su estudio, la fuerza bruta que la había inmovilizado, el rostro retorcido de Carmenza, sus ojos inyectados en una furia fría y calculada. Luego, el largo y confuso viaje, el cambio de avión, la sensación de
El aire denso de la noche italiana se pegaba a la piel de Nathaniel Giordano como una segunda camisa empapada de sudor frío. Sus ojos, habitualmente brillantes y llenos de una determinación tranquila, ahora eran dos pozos oscuros, inyectados en sangre por la falta de sueño y la creciente desesperación. Habían pasado casi cinco meses desde que Bianca, su esposa, había desaparecido sin dejar rastro, evaporándose de su propio departamento como una pincelada fugaz. Nathaniel, un hombre de mediana edad con el cabello incipiente en sienes marcadas y una estructura atlética tensa por la angustia, se encontraba sentado en una silla de metal incómoda dentro de la desoladora sala de espera de la División contra Secuestros de la policía. El zumbido fluorescente del techo parecía amplificar el silencio opresivo, interrumpido solo por el tecleo esporádico de algún funcionario en la sala contigua. Finalmente, una puerta se abrió y el detective Inspector Raúl Benítez, un hombre corpulento con una
El viento soplaba a través de las rendijas del viejo sótano, llevando consigo un sutil murmullo que parecía resonar con los ecos del pasado. Bianca se encontraba acurrucada en un rincón, su mirada perdida en la penumbra, acariciaba su vientre crecido cuando la puerta chirrió abriéndose con un estruendo que reverberó en su pecho. Era ella, Carmenza, la mujer que había decidido tomar las riendas de una venganza familiar que no le pertenecía. Su rabia venía de que era Nathaniel el dueño de todo y ella quería todo lo que le pertenecía a los Giordano. Por mucho tiempo trabajó con ella para tener seguridad, pero se dio cuenta que no le garantizaba nada. La vio caminar con elegancia aunque sin sus habituales atuendos caros y de marca. La oscuridad envelopaba el pequeño sótano donde Bianca estaba siendo mantenida cautiva. Las paredes frías y húmedas absorbían el sonido de su respiración entrecortada. A pesar de estar embarazada de cuatro meses, su determinación por escapar era aún más fuerte
Bianca tenía miedo.Algo le había dicho que quedarse sola aquel día era una mala idea, pero creyó que solo estaba siendo paranoica ya que estaba bajo el cuidado de Nathaniel. Se removió en la silla en donde la tenían atada y trató de mantenerse serena.No era tanta la paranoia considerando que días atrás había creído que alguien la seguía. —Al parecer le importas a tu esposo. -dijo Carmenza cuando colgó el celular y miró a la chica asustada que intentaba soltarse las muñecas de aquel amarre. —no haría eso si fuera tú.Y en cuanto le quitaron la mordaza que tenía puesta escupió la cara de uno de los cómplices de la tía de su esposo. —¡Maldita! -sollozó en cuanto Aidan le apretó las mejillas. —Vas a pagar eso.—¡Aidan, suéltala! Ella no es una chica cualquiera. -dijo Carmenza moviéndose alrededor de Bianca. El lugar donde estaban parecía una bodega completamente desordenada y la luz algo tenue. Aidan se alejó de Bianca y Carmenza puso un poco de agua en una botella para luego acercarse.
Último capítulo