El viento soplaba a través de las rendijas del viejo sótano, llevando consigo un sutil murmullo que parecía resonar con los ecos del pasado. Bianca se encontraba acurrucada en un rincón, su mirada perdida en la penumbra, acariciaba su vientre crecido cuando la puerta chirrió abriéndose con un estruendo que reverberó en su pecho. Era ella, Carmenza, la mujer que había decidido tomar las riendas de una venganza familiar que no le pertenecía. Su rabia venía de que era Nathaniel el dueño de todo y ella quería todo lo que le pertenecía a los Giordano. Por mucho tiempo trabajó con ella para tener seguridad, pero se dio cuenta que no le garantizaba nada. La vio caminar con elegancia aunque sin sus habituales atuendos caros y de marca.
La oscuridad envelopaba el pequeño sótano donde Bianca estaba siendo mantenida cautiva. Las paredes frías y húmedas absorbían el sonido de su respiración entrecortada. A pesar de estar embarazada de cuatro meses, su determinación por escapar era aún más fuerte. Carmenza, su captora, había convertido aquel lugar en un verdadero laberinto de desesperación. Era un día gris, y Bianca sabía que debía intentar una vez más hablar con Carmenza. Se acercó a la puerta de metal donde solía escuchar los pasos de su captora. Se armó de valor y, con una voz temblorosa, gritó:
—¡Carmenza! ¡Necesito hablar contigo!
Carmenza, una mujer de mirada fría y decidida, apareció después de unos minutos, sus ojos eran como dagas. Ella sonrió de manera burlona al ver a Bianca en un rincón, debilitada pero desafiante.
—¿Qué quieres, Bianca? -respondió con un tono cortante. —¿Quejarte de tu situación? No tengo tiempo para lamentos. Contigo encerrada Nathaniel perdió su poder.
Bianca tragó saliva, sabiendo que debía ser cuidadosa. La determinación brillaba en su mirada.
—Solo te pido una cosa. Libérame. Nathaniel… él vendrá por mí. ¡Él me ama!
Carmenza soltó una risa burlona. Se acercó a Bianca, y con un gesto que revelaba su desprecio, respondió:
—¿Amarte? Por favor. Nathaniel no viene a buscarte. Nunca lo hizo. Solo está jugando un juego. Y tú, querida, eres solo una pieza más en su tablero.
El corazón de Bianca se encogió ante las palabras de Carmenza. Ella sabía que la incertidumbre podía ser su peor enemigo. Pero no iba a rendirse tan fácilmente.
—No es cierto… -dijo, tratando de mantener la calma. —Él está buscando la forma de rescatarme. Nunca dejaría que me hicieran daño.
Carmenza se inclinó hacia adelante, sus ojos llenos de malicia.
—¿Rescatándote? Claramente no sabes cómo funcionan estas cosas. Nathaniel jamás ha sido el tipo de persona que se sacrifica por otros. Y menos por una mujer embarazada que no tiene nada que ofrecer. Siempre te odio, tú no significas nada para él. La razón por la cuál te mantenía con él es porque quería vencerme a mí, llevarme la contraria.
Bianca sintió que la rabia y la tristeza se acumulaban en su pecho. Con valentía, respondió:
—¡Yo no soy solo una mujer embarazada! ¡Llevo dentro de mí a su hijo! Ese niño es su vida, su futuro. Si no le importa eso, entonces no tiene corazón.
Carmenza se echó a reír de nuevo, disfrutando el tormento de Bianca.
—¡Pobrecita! Estás tan perdida. Nathaniel jamás se preocupará. ¿Dices que tiene un corazón? ¿O será que solo le gusta la idea de ti y de un futuro que nunca existirá?
La oscuridad del sótano parecía hacerse más pesada mientras las palabras de Carmenza resonaban en la mente de Bianca. Aún así, se aferró a la esperanza. Debía tomar el control de la situación.
—Si crees que eso es cierto, ¿por qué me secuestraste entonces? -preguntó Bianca, levantando una ceja. —Pudiste dejarme en paz.
Carmenza se detuvo por un momento. Su expresión cambió ligeramente, pero rápidamente recuperó su actitud desafiante. —¿Te crees tan ingeniosa? Lo hice porque estaba cansada de ser la segunda opción. Mi hermana tuvo al heredero, yo no tuve nada, ese bebé que llevas es el nuevo heredero y no perderé todo, no otra vez.
Bianca sintió que la conversación tomaba un rumbo inesperado. Sabía que Carmenza había sido herida, y estaban más conectadas de lo que ella imaginaba.
—Libérame y déjame ir. ¿No ves que esta es tu oportunidad para salir de la sombra de su egoísmo? -dijo temblorosa. —No quiero ser parte de esta guerra, no de esta historia. Huiré, él no sabrá de mí, y tú tampoco. No quiero a mi hijo en medio de esto.
Carmenza entrecerró los ojos. Por un instante, parecía cuestionar su decisión. Sin embargo, rápidamente se enderezó.
—Eres ingeniosa, pero no me convences. Nathaniel lo pagará demasiado caro. No tengo compasión para aquellos que son traidores.
La desesperación llenó el corazón de Bianca. Sentía que el tiempo se agotaba. ¿Y si no lograba salir a tiempo?
—Imagina lo que podrías hacer si te alejas de todo esto.
—No estoy aquí para escuchar tus tonterías. ¡Lo que quiero es venganza!
—Pero ¿a costa de a quién? A ti misma, a mí, a un futuro que se está gestando… -recordó Bianca, colocando su mano en su vientre. —Ese niño merece nacer en un mundo sin odio.
El silencio envolvió la habitación. Las únicas voces eran los latidos del corazón de Bianca, y el viento ululando por las rendijas del sótano. Carmenza parecía contemplar la gravedad de sus palabras.
—No quiero escuchar más de tu idealismo, Bianca. Accediste a mentirle a Nathaniel, así que ese bebé es un medio para un fin, no nació del amor, sino de tu desesperación y mi ambición. No es hijo de Nathaniel, es mío. No te hagas ilusiones. Nathaniel no te quiere, y yo tampoco. Solo quería ganar. Ganarme a mí. Él siempre quiso ganarme en todo. -Los ojos de Carmenza brillaban con un fuego oscuro. —Y tú, Bianca, eras su premio. Su trofeo brillante.
Bianca sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Las palabras de Carmenza eran veneno puro, diseñadas para sembrar la duda, para destruir la única certeza que le quedaba. Bianca vio a la mujer caminar de un lado a otro y luego sonrió al detenerse frente a ella. —Tú no vales nada, Bianca. La hija de un viejo enfermo, que no era más que un chófer. Te usó ese viejo para chantajearme, para que fueras tú la que ganara todo lo que me pertenece, pero tuve la suerte de que Nathaniel no te amó. -dijo con una sonrisa de villana que le heló la sangre a Bianca. —¿Te dijo que te ama? Fueron mentiras. Tú fuiste el instrumento. La herramienta que él usó para dañarme. Y ahora, eres mi oportunidad para devolverle el golpe. Para hacerlo sufrir como yo he sufrido.El aire denso de la noche caraqueña se pegaba a la piel de Nathaniel Giordano como una segunda camisa empapada de sudor frío. Sus ojos, habitualmente brillantes y llenos de una determinación tranquila, ahora eran dos pozos oscuros, inyectados en sangre por la falta de sueño y la creciente desesperación. Habían pasado casi cinco meses desde que Bianca, su esposa, había desaparecido sin dejar rastro, evaporándose de su propio departamento como una pincelada fugaz.Nathaniel, un hombre de mediana edad con el cabello incipiente en sienes marcadas y una estructura atlética tensa por la angustia, se encontraba sentado en una silla de metal incómoda dentro de la desoladora sala de espera de la División contra Secuestros de la policía. El zumbido fluorescente del techo parecía amplificar el silencio opresivo, interrumpido solo por el tecleo esporádico de algún funcionario en la sala contigua.Finalmente, una puerta se abrió y el detective Inspector Raúl Benítez, un hombre corpulento con una m
5 años antesBianca siempre había tenido sueños y en ninguno de esos sueños y anhelos de su juventud estaba vestirse de novia, sin embargo, estaba pasando. Estaba ahí parada en medio de un salón con su vestido blanco y su velo de encaje. El bouquet de rosas en sus manos temblorosas y su falta de emoción en la cara. Trataba de ver a los invitados a aquella de farsa, pero sus caras no quedaban grabadas. Si los veía con atención, aún así solo veía manchas borrosas de personas que no conocía.Y si era honesta consigo misma, ni siquiera pertenecía a aquel lugar, pues ella solo era una chica más del montón. Y si las cosas hubieran sido diferentes para su vida, jamás se habría casado con él porque sus mundos jamás se hubieran cruzado.Y es que ella, Bianca Rizzo solo era una criada. Una chica pobre que venía de una familia humilde, tenía deseos de superarse a sí misma, ir a la universidad, estudiar una carrera y ser profesional para que su padre, quien era el único que quedaba, tuviera una me
ActualidadNo debía estar ahí.Luego de cinco años era lo último que quería hacer, pero al parecer todas sus acciones se dominaban por el marido que tenía y que no quería. Bianca nunca pensó que dejaría Roma para ir a Nueva York, una de las ciudades más grandes, novedosas y populares del mundo, solo para llevar a cabo el plan más estúpido y desesperado que jamás se le hubiera ocurrido.Y realmente no se le había ocurrido a ella, pero situaciones extremas requerían medidas desesperadas y ella había aceptado los términos y condiciones de aquel contrato. Su parte moral y subconsciente le decía que aquello era una mentira, que no era lo correcto, que regresara a casa y siguiera con su vida, pero otra parte de ella le decía que estaba bien, que a fin de cuentas solo era otra actuación más y seguro que saldría bien. Nadie debía enterarse quien era ella.Y tampoco lucía como ella misma. Había cambiado demasiado preparándose para ese momento tan crucial en su vida. —El fin justifica los medios
Tenía que recordarse una y otra vez por quien estaba ahí, para quien hacía todo aquello. Debía ceñirse al plan y al contrato que había firmado, pues, aunque no estaba ahí, podía sentir la mirada de Carmenza Giordano en su nuca. Después de todo la noche no era una noche pérdida. Bianca volvió a una mesa vacía manteniendo siempre la mirada hacía donde estaba Nathaniel. Se estaba haciendo un nudo en el estómago pues ella a duras penas sabía lo que era coquetear y seducir a un hombre. Jamás había tenido mayores oportunidades de hacerlo y aquella era la primera vez, y aunque practicó un par de veces antes de ir a aquella fiesta, por dentro no se sentía tan segura y temblaba igual que una hoja. Sacó un espejo de polvo de su bolso de mano y revisó su maquillaje y su cabello, y ahora que lo pensaba había ido bastante sencilla a diferencia de las otras mujeres de aquel salón. Tenía un vestido negro ajustado que dejaba una abertura en su pierna, con una sola manga. El cabello apenas tenía un
A pesar de que sentía que aquella mujer en sus brazos le estaba mintiendo de forma descarada y que había algo en ella que no encajaba del todo porque él mismo había borrado gran parte de la presencia de Bianca de su vida, no podía dejar de ver a Celeste en frente de él. Le sonrió y le acarició el mentón acercándola más para besarla, pero ella echó la cara a un lado cuando él lo intentó. —Pensé que pensábamos lo mismo.Ella solo se zafó de su abrazo y le sonrió. No valía la pena todo —Me tengo que ir, señor Valenti. Un placer haberlo conocido, pero usted es un peligro para las mujeres como yo. -Se alejó y caminó hasta la salida intentado respirar normal. Comenzaba a odiar más a ese hombre, era arrogante, despiadado y no cedía ante el más básico sentido común. Podía no casarse de nuevo y haberle dado la libertad, aunque ¿Serviría? Su papá había firmado un prenupcial cuando ella era una menor y no tenía potestad en su propia vida. —Aunque sería libre. -dijo al encontrarse en la calle. El
Bianca trató de dejar de sentirse mal por haber huído de la casa de Nathaniel. Aquello no era correcto ni por todo el dinero del mundo. Mentir no se le daba demasiado bien. Se quedó encerrada una semana entera pensando que podría hacer, y ya que la comida se estaba acabando necesitaba ir a hacer mercado.Salió cubierta con un chandal de manera que no fuera reconocida por nadie y usó el metro para tener menos oportunidades de toparse con alguien de la clase alta. Mientras volvía a su casa con algunas bosas de compras que había pagado con sus ahorros que disminuían cada vez más deprisa intentaba buscar una solución a su problema. —Tal vez pueda abrir una floristería. –“No, para eso necesitas dinero y tiempo. Y no tienes ninguna”. Se recordó muy amablemente. —No estoy calificada para hacer nada. Podría ser mesera ahorrar cada centavo y ampliar el seguro médico de papá.“Eso requiere meses… y no dispone de mucho tiempo”.Trató de controlar el pánico. Tenía que pensar positivo. Era joven,
No protestó, se fue con él de inmediato. Cualquiera diría que era débil por ceder a Nathaniel Giordano. — “Valenti”, se recordó. —pero lo cierto es que estaba necesitando una inmensa fuerza de voluntad para no decir toda la verdad y rendirse. La cárcel era preferible a ser la marioneta de Carmenza Giordano. Pero era la vida de su padre la que estaba en juego. Tenía que soportarlo, así que iba casi a rastras al auto de Nathaniel y luego de subir, él lo hizo sentándose al lado de ella. —Llevanos a Central Park. —¿No deberías estar trabajando?—Soy el jefe de mi propia compañía y dueño de varios clubs, puedo prescindir de trabajar y dejar a alguien a cargo. Bianca asintió y suspiró. La camisa que tenía seguía mojada por el champagne así que trató de airearla para que se secara. —Se arruinará por completo. —Te compraré cientos de camisas si accedes a quedarte conmigo esta noche. —¿Y acaso no vamos a Central Park?—Pensé que te apetecía pasear. No soy un tipo tan malo y autoritario, C
Antes de que pudiera arrepentirse la llevó a su pent-house. Desde ahí arriba parecía estar bañado con la luz del sol y se veía toda la ciudad. Bianca se obligó a disfrutar de las vistas y sonrió. —Es un sitio precioso. Me encanta la vista de este lugar. Él se puso a su lado y ella comenzó a sentir algo de pánico. La miró de reojo y sonrió igual. —A mi también me gusta la vista. Sé lo hermosa que es y lo afortunado que soy de tenerla. -Ella no sabía si hablaba de las vistas de Nueva York o de ella, así que solo se quedó en silencio. —¿No dirás nada?Él se apoyó en el cristal y ella lo observó. La miraba como si la estuviera evaluando y la hizo sentirse expuesta. —¿Por qué me miras?—Porque te deseo. -Sabía que aquel día iba bastante sencilla. Maquillaje ligero y con el cabello suelto y despeinado seguro volvía a parecer la chica de los dieciocho años que había casado con él. Sentía que si la seguía observando se daría cuenta que no era Celeste, que era una mentira. —¿Por qué me desea