5. Desesperación

Bianca trató de dejar de sentirse mal por haber huído de la casa de Nathaniel. Aquello no era correcto ni por todo el dinero del mundo. Mentir no se le daba demasiado bien. Se quedó encerrada una semana entera pensando que podría hacer, y ya que la comida se estaba acabando necesitaba ir a hacer mercado.

Salió cubierta con un chandal de manera que no fuera reconocida por nadie y usó el metro para tener menos oportunidades de toparse con alguien de la clase alta. Mientras volvía a su casa con algunas bosas de compras que había pagado con sus ahorros que disminuían cada vez más deprisa intentaba buscar una solución a su problema. —Tal vez pueda abrir una floristería. –“No, para eso necesitas dinero y tiempo. Y no tienes ninguna”. Se recordó muy amablemente. —No estoy calificada para hacer nada. Podría ser mesera ahorrar cada centavo y ampliar el seguro médico de papá.

“Eso requiere meses… y no dispone de mucho tiempo”.

Trató de controlar el pánico. Tenía que pensar positivo. Era joven, estaba sana, tenía determinación y mucho coraje. Podría trabajar en cuatro lugares distintos hasta conseguir el dinero.

No se arrepentía de no haberse quedado con Nathaniel. Mandar al cuerno a Carmenza Giordano también era algo bueno. No quería volver a ver a la señora ya que con todo lo que habían planeado se sentía sucia, como una prostituta.

Absorta en sus pensamientos no le prestó atención mientras caminaba que un coche con vidrios polarizados la seguía y cuando ya iba a su altura se detuvo y no le permitió cruzar la calle. Al ver la ventanilla bajarse miró a su suegra. Ella estaba ahí. —Hola, Bianca. Tenemos que hablar, sube al auto.

La señora Carmenza estaba resplandeciente con su ropa de diseñador, sus joyas, el cigarrillo en su mano y aquel elegante moño. Bianca rodó los ojos regañándose por haberla invocado con el pensamiento. No tenía sentido luchar o correr porque a donde fuera, aquella bruja iba a encontrarla. Subió en cuanto la puerta se abrió y el cristal volvió a subir. —¿Qué hace aquí?

—Sigue andando, Joseph. Nos iremos a las oficinas americanas de Gamma. -El chófer siguió conduciendo y Carmenza miró a Bianca. —Quiero saber en qué diablos estabas pensando para salir huyendo. Eres una m*****a cobarde.

—No, no fue así, Nathaniel me descubrió y me pidió que me fuera. -dijo en una mentira que hizo que su suegra alzara una ceja. —Es cierto.

—Eres una idiota. ¿Debo recordarte que has firmado un documento legal? Te puedo demandar, Bianca. Yo sé que Nathaniel no ha hecho tal cosa porque te ha estado buscando.

—Él no está interesando en mí.

—Si no estuviera interesado. -dijo antes de darle una calada a su cigarrillo. —¿entonces por qué te busca? Tengo que admitir que aunque no era tu intención, aumentaste su interés por haber huido.

—No es cierto.

—No olvides por quién haces esto. Tu padre fue ingresado en el hospital para tener su cirugía, yo estoy cumpliendo mi parte, y tú debes cumplir la tuya. -Aplastó el cigarro en un cenicero dentro del auto y la miró de nuevo. —Esta tarde hay otro evento y sé que Nathaniel estará ahí, irás. Te cambiarás esa ropa de pordiosera en las oficinas, te vas a poner presentable, deseable y vas a irte con él al fin del mundo si así lo quiere. Tu padre no merece sufrir porque te negaste a actuar.

Bianca no dijo más. La amenaza de una demanda y el recordatorio de que ella había firmado un contrato vinculante hicieron que ella aceptara de mala gana toda la situación. En cuanto llegaron a las oficinas la hicieron ducharse y cambiarse, un estilista peinó su cabello y la maquillaron. Horas después, con aquella blusa blanca, la falda negra y el cabello recogido en un estilo “old money” y usando un collar de perlas, Bianca estaba entre los invitados del premio a “Hombre del año”.  Bebió un poco de la copa de champagne y comió algunos canapés para controlar sus nervios. —Dios, que no venga. -trató de mezclarse en el gentío y ver las obras de arte expuestas en las paredes de la mansión antes de que la editora de la revista “TIME” dijera quien era el merecedor de tal honor. En cuanto se dio la vuelta se quedó de piedra al verlo entrar y se puso tan nerviosa que al tratar de alejarse se tropezó con una de las camareras y le tiró la bandeja de canapés. —Ay ¡Santo Dios! Perdóname. -Ayudó a la chica a recoger la bandeja y la miró apenada. —Perdóname.

—No se preocupe señorita Tyler.

Bianca no podía respirar, estaba aterrorizada. Quería pasar desapercibida pero aquel acto de torpeza la había puesto en el radar de todos los presentes. Dio la espalda a la entrada y trató de alejarse de la línea de visión de Nathaniel, pero chocó con otra camarera y su bandeja también se cayó.

“Esto de escapar no se me da”

El champagne salpicó a algunos invitados y se hizo un silencio mortal.

Nathaniel se acercó a ver al igual que todos mientras Bianca se levantaba y se sacudía la camisa, aunque esta ya se había transparentado debido al líquido, se cubrió como pudo y cuando se giró se sobresaltó al verlo justo ahí en frente de ella.

Alzó una ceja, se le contrajo el estómago. Pero lo era. Celeste Tyler. Al reconocerla sintió una mezcla de alivio y deseo, había pasado la semana entera totalmente desesperado por saber si era real la mujer que había llevado la noche de la cena de beneficencia y había empezado a jurar que era un sueño.

Pero estaba ahí. —¿Cuál es tu torpeza, Rose? Discúlpate con la señorita Tyler.

—No, no. No la despida, yo fui la torpe, señor. -Dijo Bianca al hablar con el anfitrión. Quería irse, pero Nathaniel ya había decidido que no dejaría que ella escapara. —Lo siento, es que…

—Señor Smith. No creo que nadie vaya a perder su empleo por un accidente, ¿O sí? -Nathaniel se acercó y sonrió a su anfitrión. Bianca se quedó inmóvil al reconocer su voz. Al verlo de reojo supo que había perdido la batalla.

—Por supuesto que no, señor Valenti. Fue un accidente, vamos a apartarnos para que puedan limpiar. ¿No quiere cambiarse señorita Tyler?

Bianca ni siquiera tuvo tiempo de negarse, sintió como la agarraban del brazo y tiraban de ella para sacarla del salón. Le faltaba aire, mientras las mucamas limpiaban su desorden, Nathaniel se la llevaba del lugar del accidente. Se sorprendió de lo fuerte de su agarre, estaba segura que le dejaría un morado. —¿A dónde me llevar?

Él no respondió, abrió una puerta y la introdujo dentro. Todo estaba lleno de libros y un piano. Ella se quedó callada. —¿Estás bien?

—¿Me reconociste?

—Nos conocimos hace una semana, no tengo mala memoria, Celeste. Y tú eres memorable, aunque te hubieras ido de mi casa sin decirme nada.

Él la soltó y ella respiró calmándose un poco. —Lo siento.

—Pensé que te ibas a quedar. Me prometiste una noche y no la tuve.

—No exactamente, dije que eso era lo que podía ofrecer. Pero tenía que irme.

—¿Por qué?

—Porque no formo parte de tu mundo, por eso. No soy como las mujeres que estás acostumbrado a tener, por eso no puedo quedarme.

—Claro que eres parte de mi mundo. Eclipsas a cualquier mujer, tienes un porte y elegancia natural. -Él se acercó y ella sintió de nuevo la tensión entre ambos. —Me dejaste desesperado por ti. -Subió las manos hasta su cabello y se lo soltó del moño y sonrió. —me gusta más suelto. Así pareces… adulta… Suelto te ves más libre, más salvaje.

Bianca comenzó a sentir como su corazón se aceleraba y sus mejillas rojas seguro la estaban delatando frente a él. —Oh.

—¿Sabes lo difícil que eres de encontrar?

—¿Me buscaste? -Ella lo sabía, aunque no se había creído lo que su suegra le había dicho. Pero al verlo asentir se sintió como si estuviera ebria. Nadie la había buscado, nunca.

—No dejo de pensar en ti, en tus labios, en todas las cosas que deseo hacerte. Y no me gustan los juegos, Celeste.

—Eso es porqué me fui. No estás acostumbrado a que te dejen de lado, pero soy ordinaria, Nathaniel.

—¿Es un juego?

—No. No intento provocarte ni nada parecido, me he ido porque tenía que hacerlo. Y si supieras también me dejarías ir.

—¿Por qué luchas contra el deseo que hay entre tú y yo? -La sostuvo de las mejillas y le alzó el rostro apresándola contra la pared. La besó de inmediato y ella tembló al encontrar que le gustaba ser besada por él. Arqueó su cuerpo y él la apretó más contra sí mismo. Los senos de ella se pegaron al pecho de él y el roce la provocó al instante. La cargó de inmediato dejando que ella lo abrazara más y jadeó al sentir su boca en el cuello dejando un reguero de besos. —Te deshaces en mis manos, tú también lo deseas.

Estuvo a punto de decir algo, pero la llamada a la puerta los sacó de su burbuja, Nathaniel la dejó en el suelo y se separó de la mujer mirándola como un lobo hambriento. Abrió la puerta y vio a uno de los sirvientes de la casa. —El señor Smith lo busca, señor Valenti.

—Dígale que me ocurrió algo inesperado y tuve que irme.

—Como ordene, señor.

Nathaniel tomó la mano de la chica y la miró. —Nos vamos. No he deseado a ninguna otra como te deseo a ti, Celeste.

Ella se mordió el labio y suspiró. —Te vas a arrepentir.

—Tal vez, pero esto aún no acaba, te vienes conmigo. No volveré a perderte de vista. Así de sencillo.

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