4. Mentiras deseables

A pesar de que sentía que aquella mujer en sus brazos le estaba mintiendo de forma descarada y que había algo en ella que no encajaba del todo porque él mismo había borrado gran parte de la presencia de Bianca de su vida, no podía dejar de ver a Celeste en frente de él. Le sonrió y le acarició el mentón acercándola más para besarla, pero ella echó la cara a un lado cuando él lo intentó. —Pensé que pensábamos lo mismo.

Ella solo se zafó de su abrazo y le sonrió. No valía la pena todo —Me tengo que ir, señor Valenti. Un placer haberlo conocido, pero usted es un peligro para las mujeres como yo. -Se alejó y caminó hasta la salida intentado respirar normal. Comenzaba a odiar más a ese hombre, era arrogante, despiadado y no cedía ante el más básico sentido común. Podía no casarse de nuevo y haberle dado la libertad, aunque ¿Serviría? Su papá había firmado un prenupcial cuando ella era una menor y no tenía potestad en su propia vida. —Aunque sería libre. -dijo al encontrarse en la calle. El frío que le pegó en la piel la hizo darse cuenta que no había buscado su abrigo. —Bien hecho, Bianca. -Soltó el aire para entrar y buscar lo que había olvidado cuando lo vio en la puerta del hotel sosteniéndolo. —Usted es un acosador.

—Creo que ya habíamos pasado la etapa de “usted”, ¿No? -Le sonrió y ella le quitó el abrigo de las manos para ponérselo. —Resulta abrumador que una mujer no caiga a mis pies.

—¿Resulta abrumador? Me parece que no está acostumbrado al rechazo, Nathaniel. -dijo con una voz dulce antes de escuchar su celular. —Un minuto. -Se alejó unos pasos y contestó escuchando de inmediato la voz de su suegra.

Ni se te ocurra irte. Acabas de llamar su atención, le pareces deseable, así que continúa con el plan, niña.

¿Me está espiando? -miró a todos lados sin encontrar de donde podrían estar observando y sintió miedo. —No puedo hacer esto. -contestó en voz baja.

Puedes y lo harás. Tu papá será ingresado en el seguro de la familia Giordano esta misma noche, comenzará su tratamiento, si te echas para atrás, lo sacaremos, y sabes lo peligroso que es que una vez comience las terapias sea retirado de la misma. Haría metástasis su cáncer, moriría.

Bianca colgó intentando no pensar en la amenaza de su suegra y en cuanto se giró vio a Nathaniel. —¿Todo bien con la llamada?

—Problemas de familia. Usted sabe, pero esta noche tengo pensado divertirme, una cena en un hotel puede que no sea lo más apropiado a no ser que esa cena acabe con el postre en una habitación.

Nathaniel sonrió y asintió estando de acuerdo. —Quizá prefiera beber un poco antes. Te invitó a uno de mis clubes, “Mermaid” no está lejos de aquí, y yo te puedo invitar un trago, tal vez dos.

—Pues es muy poco generoso, creí que mi compañía valía al menos tres tragos.

—Entonces que sean tres y un beso. Me has rechazado, sigo herido por eso.

—No estás acostumbrado al rechazo, pero deberías hacerlo. Yo no soy como las otras chicas que caen a tus pies. Tendrás que esforzarte.

—Déjame entonces impresionarte. -Tenía que al menos dejar que lo intentara, aunque ella sabía de sobra que cada uno de los movimientos que hacía eran calculados para obtener una respuesta de él, además la observaban, y necesitaba quedar embarazada, todo en conjunto le decían que ella no podía ni debía fallar. Se dejó guiar por él hasta el estacionamiento hasta llegar a su auto, un Porsche de color azul muy moderno y por lo que sabía, caro. —¿impresionada?

—No demasiado. ¿Tu auto impresiona a otras mujeres?

—Creía que sí, pero ahora estoy dudando. ¿Nos vamos? -Le abrió la puerta con galantería y Bianca subió al auto para luego dejar que él comenzara a conducir. —Cuéntame más sobre ti, solo sé tu nombre.

—¿Qué quieres saber? Mi nombre es Celeste Tyler, mi familia es de Washington, estoy temporalmente en Nueva York, estuve en Italia, también en Francia… España.

—Así que eres una viajera.

Era una mentira, lo sabía, apenas había salido al mundo. De haber tenido oportunidad habría estado estudiando en Cambridge. —Sí. Soy una viajera. Si te interesa saberlo, tengo veintitrés años.

—Bueno saberlo. Eres bastante joven y directa, puedo notar que tienes muchísimo carácter. -El carácter se lo había forjado a través del dolor. “Huye, deprisa”, pensó. Su voz interior trató de alertarla, ella no tenía tanto temple como para llevar a cabo todo aquel engaño. Sin embargo, otra voz le recordó que no tenía elección si quería que su padre viviera. —Pareces tensa, creí que un club sería el mejor sitio para ti, pero tal vez prefieras algo menos… cargado.

La voz de Nathaniel interrumpió sus pensamientos y sus sentimientos de culpa. Debía parecer deseable, por más que fuera una mujer honrada y que tratara de ganarse las cosas sin decir una sola mentira en su vida, todo había cambiado cuando se había casado con el hombre que tenía al lado. Sin embargo, estaba mintiéndole a la cara con cara palabra que pronunciaba, simplemente su mera presencia. —De acuerdo. -respondió. —Vayamos a un sitio más privado.

Nathaniel sonrió. Antes de que ella pudiera cambiar de opinión condujo directo a su pent-house mientras que Bianca era consciente que no podía abrir la puerta del auto y salir corriendo en plena autopista, era muy tentador abrir la puerta en un semáforo y salir corriendo…

Pero no lo hizo.

Él también, como para asegurarse de que ella seguía ahí le tomó la mano y ella sintió la chispa correr por su cuerpo. Los engaños hacían que todo fuera más excitante, y también sintió como de alguna forma su corazón se aceleraba. Era la primera vez que Nathaniel la tocaba y la tensión lo hacía todo deseable.

Tal vez si estaba hecha para el engaño.

Disfrutó de la ciudad hasta llegar al edificio donde vivía Nathaniel. Al llegar al vestíbulo, incluso quien se quedaba en recepción se quedó sin oxígeno al ver a Nathaniel llegar con una mujer. Él se llegó a burlar de sí mismo por haberse quedado prendado de una mujer, pero se sentía vivo, y le gustaba.

Puede que fuera su constante resistencia, pero nunca, ninguna mujer lo había excitado tanto. —Buenas noches, señor Valenti.

—Pent-house. -Entró en el ascensor y esperó que el ascensorista presionara el botón más alto y ponía el código. A pesar de estar acompañados, la miró con intensiones de besarla, ella tenía las mejillas arreboladas y la respiración acelerada, aquello lo encendió mucho más de lo que esperaba. En cuanto se abrieron las puertas la jaló dentro y bloqueó el ascensor para que nadie entrara. Bianca alzó su rostro y Nathaniel sonrió. Era espectacular, tenía un aire distinto y un tanto inocente a las otras mujeres que había conocido en su vida. Su rostro era étero, casi delicado, pómulos altos y sus labios rojos, con aquel carmín que le quitaba la inocencia. Estudió el contraste, sus ojos, marrones y enormes y que reflejaban exceso de ternura no iban con sus labios que con aquel color suplicaba ser besada. La miró en silencio durante unos segundos, hasta que Nathaniel se percató que estaban en el salón de su pent-house. Respiró hondo y al dar un paso al frente la vio retroceder por instinto. —¿Eres real?

—Claro que sí. -contestó ella automáticamente. —escuche, señor Valenti…

—No me trates de “señor Valenti”, me hace sentir un anciano y no soy un anciano, Celeste.

Ella lo miró y tragó saliva. Desde luego que no era un anciano, sino un hombre joven, muy fuerte, viril. A ella le resultaba increíble que tuviera que entregarse a él y sobre todo que tuviera un poco de curiosidad por hacerlo, aunque ese era precisamente su objetivo. —De acuerdo, Nathaniel.

—Me parece casi insultante que no lleves joyas, tu cuerpo entero debería estar cubierto de diamantes, vestido de oro y adornado…

Ella no tenía joyas propias, solo el anillo de su madre y su valor era más sentimental que real, el anillo de su matrimonio no lo usaba e incluso siendo “esposa trofeo”, la señora Carmenza jamás la dejó usar nada de la colección familiar entre ellos el diamante que portó en su dedo el día de su boda. —Bueno, la tendencia actual es que “menos” es “más”. -dio un paso atrás y se quitó la peineta del cabello para dejarlo completamente suelto y salvaje. Todos sus movimientos los había estudiado con la finalidad de engañar a su marido, esperaba lograrlo.

—Estoy de acuerdo, menos es más. -replicó él con una voz ronca mientras se deshacía el nudo de la pajarita y se quitaba la chaqueta de su traje dejándolo a un lado. El calor era verdaderamente sofocante y quería verla desnuda, para eso habían ido a su casa, ese era su objetivo. —¿Harás lo que te pida?

—Depende de lo que me pida. Yo jamás te daría mi corazón.

—Una voz honesta. Estoy impresionado, Celeste. No todas las mujeres admiten eso. Creen en las relaciones.

“Sí, porque sabes muy bien que, si le das la oportunidad de entrar en tu corazón vas a acabar rota”. Se dijo Bianca a sí misma. —Tal vez no he tenido suerte.

—No he conocido a nadie como tú, eres distinta.

—No me conoces realmente. Apenas me viste esta noche. -dijo acercándose a él provocando la tensión entre ambos, sintiendo el ambiente subir varios grados, estaba lo suficientemente cerca y Nathaniel inclinó la cabeza, y, antes de que Bianca se diera cuenta, estaba besándola. Su boca estaba pegada a la de ella, y ante el experto contacto de la boca de él ella dejó de pensar en todo lo que la agobiaba.

Él tomó su rostro entre las manos y le introdujo la lengua para explorarla, a lo que ella opuso escasa resistencia. El poder de su beso la dejó sin aliento y la volvió loca. Solo se percató de que estaba aferrada a su cintura al tocar con las manos sus duros músculos. Cuando Nathaniel dejó de besarla en la boca para comenzar a hacerlo en la mandíbula, ella jadeaba. Él la atrajo hacia sí con más fuerza pasándole el brazo por la espalda e introduciendo la mano por debajo del vestido. Sus dedos se hallaban muy cerca de uno de sus senos. Con la otra mano iba acariciando su cabello, era suave, sedoso a su tacto.

“Viniste a esto”

“Solo completa lo que quieres”

Ella echó la cabeza hacia atrás para que él pudiera besarle el cuello, y sintió su piel arder cuando él hizo exactamente lo que esperaba. La tentación de ir más allá era irresistible, y Bianca tenía su vista puesta en el premio, si lo lograba en una sola noche no tendría que volver a ver a su esposo y sería libre por fin de las garras y tramas de los Giordano, su papá se salvaría y ella podía seguir con su vida.

En cuanto se separó unos centímetros de él lo vio, los ojos de Nathaniel brillaban, estaba sofocado y un mechón de su cabello le caía en la frente. Lucía salvaje, como un cazador sobre su presa. —Te deseo. -su voz estaba ronca y sus manos la tocaban y la hacían temblar como si fuera gelatina, sin embargo, se sentía poderosa, femenina y muy deseable. —Quiero poseerte, aquí y ahora. Quiero que sepas, Celeste, que, por esta noche, eres mía.

Ella trató de reprimir la necesidad de decirle que sí. A pesar de que era lo que necesitaba, que podía cumplir sus objetivos, puso las manos en el pecho de él y lo apartó para que hubiera un mínimo de espacio entre ambos.

Aquella guerra entre Bianca, la esposa que nunca se había acostado con su marido y Celeste, la experta devoradora de hombres era una tortura. Él se daría cuenta de que era virgen. —Tienes que saber algo. Yo no hago estas cosas.

Él la miró confundido y alzó una ceja mientras sonreía. —¿Me crees si te digo que yo tampoco?

—No.

—Pues créelo. Jamás he traído a una mujer de buenas a primeras a mi casa. Desde que te vi en la fiesta este era mi objetivo y te quiero en mi cama, ahora.

—Puede que no traigas mujeres a tu casa, pero sí que las seduces y las llevas a otros sitios.

—No soy un monje. Aunque no soy un playboy como me pintan ¿Sabes? No tengo novias, pero con mis amantes soy exclusivo y fiel mientras dura, así que dime, pequeña, ¿Cuánto durará?

Bianca quiso sonreír de la pura felicidad, sin proponérselo había logrado la primera parte de su plan, seducir a su esposo.

Aunque era bastante patosa y se sentía como una actriz sobre las tablas. —¿Eso me ofreces?

—Es lo que tú me ofreciste. No me darías tu corazón, y me parece perfecto, no quiero ser el causante de que sufras, pero puedo darte muchísima diversión. ¿Vas a decir que sí? Quédate conmigo esta noche.

Ella miró sus ojos azules y sintió como se zambullía en un océano interminable. Una noche, unos días donde podía tener una aventura y vivir a lo grande, aunque, por otro lado, era su esposo, el hombre que odiaba a Bianca y la había dejado abandonada.

Bianca era la real.

Aunque en aquel momento era Celeste.

“Puedes hacerlo, Bi. Aprovecha la noche, lo que dure, y que el secreto dure para siempre”.

Iba a decir que sí.

En ese momento, un sonido agudo rompió el silencio. Bianca volvió a la realidad y vio que Nathaniel, con expresión irritada, se sacaba el celular del bolsillo. Miró la pantalla y soltó una palabrota. –Lo siento, pero tengo que contestar. Es una llamada importante que estaba esperando. Pero no te muevas.

Lo vio irse y pronto quedó sola en el salón sintiendo como le flaqueaban las rodillas. —Santo Dios. ¿Qué estoy haciendo? -Bianca vio las puertas del ascensor y supo que era su oportunidad de irse de forma inmediata. Ella no soportaba las mentiras, no tenía que mentir para conseguir el dinero, seguro habría otras formas. Corrió hasta el ascensor y presionó el botón, en cuanto se abrió entró y decidió no traicionarse a sí misma por una noche y dinero. Sintió una opresión en el pecho mientras bajaba en el ascensor. Atravesó el vestíbulo y el conserje, apenas la miró, ocupado con otros residentes. Al salir a la calle vio el coche de Nathaniel y a un chófer cerca de él, por lo que tomó la dirección opuesta y paró un taxi. —Por Dios. -Estaba respirando agitada y no había pasado nada. Solo había olvidado su peineta y no le importaba. Al llegar a su hotel escuchó su celular sonar y sabía que era su suegra.

Atendió de inmediato sabiendo que era imposible ocultarse de ella. —¿Se puede saber qué pasó? Te vieron entrar en la residencia de Nathaniel y salir a los veinte minutos como alma que se llevó el diablo.

—Lo siento, señora Giordano. El plan no ha funcionado. -Dijo y colgó de inmediato para meterse a la cama.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo