El día transcurrió en silencio y soledad. Hasta que en la tarde me avisaron que habría una celebración en la noche. Y asistiría toda la manada. Esta vez no me vistieron a la fuerza, pero sí me llevaron el vestido que debía usar. Uno sencillo de tono azul noche. Me vestí y me alisté sin oposición y bajé cuando la hora marcada llegó.
El Gran Salón de Kaelthorn estaba transformado. Donde antes solo había sombras y ecos de pasos, ahora ardían antorchas que proyectaban una luz cálida y danzante sobre los estandartes de lobos. El sonido de la música, una melodía ancestral de cuerdas y tambores, llenaba el espacio, vibrante y primitiva. El aire erapesado con el olor a carne asada, vino especiado y el aroma de docenas de lobos reunidos, una mezcla embriagadora de poder y festividad.
Yo me mantenía al margen, como un fantasma junto a una columna, observando cómo la manada celebraba. Después de la noche anterior, después de haber visto la grieta en la armadura de Dante, después de ese gesto ine