La liberación de la fiera había dejado una quietud extraña en mi interior. Como si una tormenta furiosa hubiera pasado, dejando el aire limpio y cargado de electricidad residual. Ya no sentía esa rabia sorda apretándome el pecho, pero en su lugar había surgido una curiosidad inquieta, una necesidad de explorar los límites de lo que era, de lo que podía hacer. No solo mi cuerpo, sino esa otra parte de mí, la que dormía en la sangre y que Dante tanto codiciaba.
Mi poder. Mi maldición.
Desde la noche del celo, desde la formación de ese "lazo incompleto", algo había cambiado en mi percepción. No era solo la capacidad de entrar en mentes ajenas con un esfuerzo consciente. Era algo más sutil, más orgánico. Como si mis sentidos se hubieran afilado, sintonizando con las frecuencias emocionales a mi alrededor.
Empecé a experimentar en la soledad de mi habitación. Al principio de forma inconsciente, intentando recrear la barrera de hielo mental que la anciana me había instado a mostrar. Cerr