Dorian
El entrenamiento había sido feroz, y con mucha intensidad, en menos de cuarenta y ocho horas mi esposa había cambiado su forma de pelear. La vi atacar a Shory con una fuerza que no esperaba ver —golpes fuertes, la mirada fría, la decisión de quien ya no acepta ser manipulada— y supe, con una claridad que me heló y me encendió a la vez, que Vanessa se había fortalecido a una velocidad que rozaba lo increíble... estaba orgulloso de ella, ahora tenia la seguridad de que podría defenderse si yo estaba.
Quería eso para ella: que fuera fuerte, insobornable, que no se dejara pisotear por nadie. No porque me gusten las peleas, sino porque en mi cabeza había demasiadas sombras. Había venido a Las Vegas por dos razones tan simples como esenciales: atrapar al pez gordo que me convirtió la vida en un infierno y que mató a mis padres, y asegurarme de que, cuando yo no estuviera, la mujere que amo supiera defenderse, que no tuviese que depender de nadie para sobrevivir ni para vengarse si ha