DORIAN
Aprieto la copa con fuerza entre mis manos. Estoy furioso. La forma en que me gritó… Esa mirada desafiante, esa manera de querer hacerme sentir como el villano. Y sí, lo logró. Me caló hondo.
Sé que la obligué a casarse conmigo. No soy un santo. Lo hice porque no soportaba la idea de verla con otro. Pero ni crea que se irá fácilmente de mis manos. No cuando la quiero de esta forma. Cuando deseo algo, lo tengo. Así soy yo.
El alcohol me empieza a calmar los nervios, pero me deja el cuerpo cansado. Miro la hora. Es tarde. Pasé el día entero aquí, solo, amargado, como un idiota obsesionado.
—¿Quieres compañía, querido Dorian? —escucho una voz femenina detrás de mí.
Es Daira. Se sienta a mi lado con toda la confianza del mundo y pide una copa.
—¿Qué pasó con tu querida esposa? ¿No te está acompañando? —pregunta mientras traza un dedo por mi hombro.
La miro y, sin pensarlo, le quito la mano con firmeza.
—Está descansando —respondo seco—. Y tú deberías tener un poco de dignidad.
—Uy.