Vanessa
Cuando salgo del casino, me dirijo hacia mi casa. Subo a un taxi y le doy la dirección al conductor. Me siento un poco nerviosa, sin saber exactamente por qué. Por suerte, no vi a ese hombre que tanto me pone de los nervios y me hace sentir tan mal. Creo que, después de todo, ya debe haberse rendido al ver mi rechazo.
Sin embargo, al llegar a casa, un mal presentimiento me sacude. Me sorprende ver la puerta entreabierta y algunas cosas tiradas en el suelo. Mi corazón empieza a latir con tanta fuerza que siento que me voy a desmayar. Sin pensarlo, entro corriendo. Veo la mesa volcada, los cubiertos esparcidos por el piso.
—¡Papá! —empiezo a gritar, sofocada—. ¡Padre!
Pero no hay respuesta. Busco con desesperación, y entonces veo una nota sobre la mesa. Mis manos tiemblan al tomarla. Siento que mi corazón retumba como una locomotora cuando leo las palabras escritas con una caligrafía que me hiela la sangre:
> Si deseas ver a tu padre con vida y sano, te espero decidida en estar