Estaba en la habitación. Había tenido un arranque emocional. Tenía que calmarme. No podía ser que, después de cuatro años, aquella situación siguiera afectándome. Pero así era. Mi plan era simple: que nunca se diera cuenta de que aún dolía, de que la herida seguía abierta.
Minutos después, Alexander entró en la habitación. Su expresión indicaba que quería hablar, pero yo no. Me dirigí sin decir nada al baño. Necesitaba limpiarme las lágrimas que aún resbalaban por mi rostro. Frente al espejo, mi reflejo me devolvió una mirada triste. Abrí la llave del jacuzzi, añadí sales, aceites... cualquier cosa que me ayudara a relajarme.
—Anne, sal, por favor. Necesitamos hablar —dijo Alexander desde el otro lado de la puerta—. Quiero que me expliques lo que acaba de pasar.
—Estoy tomando un baño. Necesito relajarme. Hablaremos después. Fue un ataque de ansiedad, así que no te preocupes. Salgo en unos minutos para que tú puedas bañarte y yo vestirme —respondí sin abrir.
Al salir del baño,