La tarde caía sobre la ciudad como una manta de oro líquido. Desde la terraza del exclusivo Sky Lounge, el sol se deslizaba detrás de los rascacielos, tiñendo las nubes de tonos naranjas, rosas y púrpuras. El aire tenía ese aroma a madera barnizada y whisky añejo que caracterizaba al lugar, mezclado con el suave perfume de las flores frescas colocadas en pequeñas mesas de cristal.
Tiago se recostó contra el respaldo de un sillón de cuero color coñac, sosteniendo un vaso bajo con whisky en las manos. El hielo tintineaba con un sonido hipnótico mientras él sonreía para sí mismo, esa sonrisa que delataba más de lo que quería admitir.
Gabriel llegó tarde, como siempre, con su chaqueta deportiva sobre los hombros y un andar relajado que contrastaba con la impecable postura de Tiago. Llevaba en la mano una copa de gin tonic y un gesto socarrón en la cara.
—Bueno, bueno… —dijo, sentándose frente a él—. Esa sonrisa tuya no es normal. ¿Qué pasó, ah? Porque si me dices que solo es por el clima,