El salón de eventos estaba vestido de gala. Un aroma sutil a rosas blancas flotaba en el aire, mezclándose con el perfume cálido de las velas que iluminaban cada rincón con una luz dorada y suave. Las paredes, cubiertas por cortinas de seda marfil, reflejaban un brillo tenue, como si todo el lugar estuviera suspendido en un instante de ensueño. Sobre las mesas redondas, los centros de flores blancas se elevaban elegantes, acompañados de pequeñas velas flotantes que parecían respirar al ritmo de la música en vivo.
El cuarteto de cuerdas afinaba sus instrumentos, dejando escapar notas suaves que acariciaban el corazón. El murmullo de los invitados llenaba el aire, mezclando risas discretas, saludos y el crujir de las copas al brindar. Entre la multitud, se podía percibir la expectación, ese cosquilleo colectivo que sucede cuando todos saben que están a punto de presenciar un momento irrepetible.
En la entrada, Juan ajustaba su corbata con una ligera sonrisa. Él sería quien caminaría jun