El salón de eventos seguía envuelto en un halo de emoción y asombro. Las luces cálidas acariciaban cada rincón, mientras las flores frescas desprendían ese aroma sutil que parecía envolver a todos en una burbuja de intimidad colectiva.
Ella dejó escapar una risa nerviosa, ahogada por las lágrimas. Bajó la vista otra vez al anillo, y, con un suspiro, dejó que sus hombros se relajaran.
—Sí —dijo, apenas audible, pero suficiente para que Tiago la escuchara.
La sala estalló en aplausos. Las luces volvieron a subir lentamente, y la música se elevó, ahora con un tono más brillante. Tiago, aún arrodillado, tomó su mano y deslizó el anillo en su dedo. Le quedaba perfecto.
Se puso de pie, la abrazó, y el público se levantó, algunos grabando con sus teléfonos, otros sonriendo con ternura.
Jimena cerró los ojos un instante, apoyando la frente en el hombro de Tiago. Sentía su perfume, esa mezcla de madera y notas cítricas que siempre lo acompañaba, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que es