Pasó otra noche, donde Jimena solo esperaba que amaneciera, para llegar a la empresa y por supuesto, ver a ese hombre que la descontrolaba, aunque lo negará.La mañana comenzó como cualquier otra: con el sonido lejano del tráfico matutino, los tacones resonando por los pasillos de la empresa, los ascensores subiendo y bajando como el ritmo constante de un corazón corporativo, los correos acumulándose uno tras otro… y una ausencia.Jimena Dávila estaba sentada en su despacho, la taza de café a medio terminar, el ordenador encendido frente a ella y una molestia sutil, casi imperceptible, creciendo dentro del pecho.Tiago no había llegado.Eran las 9:12 a.m., y aunque él no tenía una hora fija de entrada, solía estar allí antes que todos. Siempre impecable, seguro y con ese andar relajado y esos ojos que, sin tocarla, lograban removerle algo que ella creía haber sepultado.Esa mañana, su ausencia era como un hueco en el aire. Invisible. Pero tan presente.Jimena intentó concentrarse en e
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