El sol se ocultaba lentamente, tiñendo el cielo de tonos ámbar y carmesí.
Tiago bajó del coche con una ligera sonrisa en los labios y el cuerpo aún vibrando por la jornada que había tenido junto a Gabriel. El día había estado cargado de pruebas, conversaciones con sastres y largas comparaciones de telas, cortes y detalles que parecían insignificantes, pero que, para él, formaban parte de algo mucho más grande: su promesa de estar impecable para el día en que uniría su vida a la de Jimena.
No había sido fácil elegir. Gabriel, con su ojo crítico y su humor sarcástico, había opinado sobre cada corbata y cada hilo de la costura, y al final habían encontrado el traje perfecto: un conjunto de corte clásico en azul noche, con una caída impecable y un chaleco gris perla que resaltaba la amplitud de sus hombros. Cuando el sastre hizo el último ajuste, Gabriel había asentido con aprobación, y Tiago había imaginado el instante en que Jimena lo vería con él.
Ahora, al atravesar el camino que cond