La tenue luz del amanecer se filtraba tímida a través de las cortinas semitransparentes del apartamento de Tiago, dibujando un suave resplandor dorado sobre la habitación. El aire olía a una mezcla de su colonia masculina, madera y el rastro dulce de su piel, todavía impregnado en las sábanas. Afuera, el murmullo lejano del tráfico comenzaba a despertar la ciudad, pero dentro, el mundo parecía suspendido.
Jimena abrió los ojos lentamente, sintiendo primero el peso cálido del brazo de Tiago sobre su cintura. Su respiración pausada y profunda rozaba la parte alta de su espalda. Por un instante, se permitió quedarse así, inmóvil, sintiendo la seguridad y el calor de ese abrazo, como si el tiempo no existiera. Pero luego, la realidad y la resaca comenzaron a golpearla.
Un ligero dolor palpitante en la sien le recordó la cantidad de copas que había tomado la noche anterior. Cerró los ojos un segundo, respirando hondo. Podía escuchar el latido fuerte de su propio corazón, y junto a él, el l