Las campanadas aún chocaban entre sí en lo alto de la capilla familiar, cuando la voz la alcanzó. Cuando esa voz invadió sus oídos y le causó extrañeza. —Lamento profundamente su pérdida… señorita París.El sonido fue un roce, como un murmullo, una vibración que atravesó el aire espeso del funeral. París giró lentamente la cabeza, con el alma aún húmeda de lágrimas que inundaron su interior, sin reconocer de inmediato a quien le hablaba.Frente a ella, un hombre de porte elegante, alto y expresión serena le ofrecía una mirada que no terminaba de encajar con la ocasión: demasiado intensa para ser simple cortesía, demasiado contenida para ser consuelo. Demasiado confortante para ser amistosa.—¿Nos conocemos? —preguntó, intentando ocultar la descortesía en su voz.Él sonrió apenas, un gesto leve, casi triste. —¡Es posible que no, señorita! Pero espero que por lo menos mi nombre le recuerde algo. Mi nombre es Andrew Kayser. Conocí a su padre en el ámbito empresarial. Fue un hombre admira
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