El sol ya brillaba en todo su esplendor cuando Vladislav salió de la mansión, bañando la ciudad con una luz dorada que proyectaba la intensidad de sus emocioens. Era un día que prometía ser tan caluroso como inquietante para Vladislav. Su mente, turbada por las dudas y la creciente incertidumbre acerca de Adara, no le dejaba encontrar paz. Había algo en la mujer que le desbordaba, que le descolocaba, y de todas las palabras del elfo, solo había unas que resonaban en su cabeza como una maldición:
«El destino de ambos está entrelazado. Juntos o no será nada»
Eso, junto con la creciente preocupación por su caso legal y la amenaza que representaba la intervención de Adara en su vida, lo había llevado a tomar una decisión. Lo que había sucedido con Adara y que la puso en verdadero riesgo n se podía repetir. Adara era importante para él, no solo como su abogada, sino como la mujer que comenzaba a hacerlo más consciente de esa parte tan típica de los humanos, los sentimientos. Ha intentado