Adara sintió cómo la culpa la atravesaba. No era Vladislav quien la controlaba, sino su propio destino, el que ella no podía evitar, el que la estaba arrastrando a un abismo del que no sabía cómo salir. El peso de todo lo que le había dicho el elfo, la visión de lo que debía cumplir, la conexión con Vladislav aunque importante, era lo mínimo en el problema tan grande en el que estaba... todo eso le estaba pesando más de lo que había anticipado.
—No es él, tranquila... —dijo finalmente, con un suspiro—. Envíame por mensaje si quiera el nombre mientras Vasilka me envía los documentos. Y pierde cuidado. Te llamaré más tarde, Ionela. Gracias por estar ahí.
Colgó la llamada, pero el peso de las palabras de su amiga no desapareció. Ahora tenía que enfrentarse a algo mucho más grande que ella. Un presunto enemigo de Vladislav, un testigo que apareció para entorpecer todo, que ahora se hace ver como clave en el juicio para destrozar todo el caso que ella había construido, y lo peor de todo..