Ionela avanzó por el sendero que conducía al embarcadero improvisado. El mar golpeaba con suavidad, como si también guardara silencio ante lo que estaba por pasar. La noche era espesa, húmeda, pesada; el cielo parecía un manto sin estrellas, como si el firmamento mismo temiera observar lo que se avecinaba.
Vladislav la observaba desde la distancia, con los brazos cruzados y la espalda rígida como piedra. Parecía un guardián condenado a mirar a aquellos que amaba marcharse una y otra vez. En este caso lo que amaba estaba en manos de esa mujer sobre quién tenía puesta en ese momento nonsolonsu atención, sinopsis esperanzas.
«Ten confianza… lo va a lograr, eso debes creer, debemos creer», gruñó Varkar en su mente.
—¿Crees que lo logrará? —murmuró Blade, sin apartar la vista de Ionela.
Eryndor, con los dedos entrelazados detrás de la espalda, respiró hondo.
—La bruja la subestima. Eso es lo que necesitamos. Pero… —sus ojos se endurecieron— no puedo prever lo que hará Christian si percibe