La tormenta había cesado apenas unos minutos atrás, pero el aire sobre la isla todavía estaba cargado de electricidad. Un silencio tenso dominaba el claro en el que Eryndor había dispuesto los círculos de protección. Las runas brillaban con destellos azulados, respirando lentamente como si fueran organismos vivos. Vladislav permanecía inmóvil, con los brazos cruzados, la mirada clavada en el cuerpo de Ionela que yacía en el centro del círculo. Blade, a su lado, daba pasos cortos, impaciente, con la mandíbula apretada.
Ionela llevaba dos días sumida en ese trance extraño, como si la mente hubiera sido arrancada de su cuerpo y sacudida por manos invisibles. El embrujo de la bruja de Christian había sido profundo, taimado, diseñado para no romperse con facilidad. Era un hechizo que buscaba desorientar, debilitar y moldear.
Eryndor, inclinado sobre ella, murmuraba palabras inaudibles. El viento se arremolinaba alrededor de sus dedos cuando los deslizaba sobre la piel de Ionela, proyectand