La celebración estaba en su apogeo. El líder de la manada Drakos había reunido a todos sus miembros en la gran sala de la mansión, un lugar que se había convertido en un santuario para los lobos, donde sus aullidos y risas se mezclaban en una sinfonía única, celebrando la victoria, la unión y la fuerza de la familia. Las copas de vino, whisky y licor brillaban bajo la luz titilante de las llamas que danzaban en las chimeneas, mientras Ionela, con su sonrisa encantadora y su presencia magnética, cautivaba la atención de todos los hombres que la rodeaban.
Vladislav se mantenía apartado, su mirada estaba fija en Adara, que se encontraba cerca de Ionela. Ella estaba radiante, su vestido azul fue sustituido por unos jeans y una camisa de tirantes delgados, su cabellera rubia brillaba a la luz de las llamas de la chimenea que tenía al frente. Vladislav no dejaba escapar cada destello de luz que la envolvía como una diosa élfica. A pesar de la algarabía, la figura de Adara destacaba en la mu