El bosque era un caos de rugidos y luces.
Cada choque de colmillos levantaba una oleada de energía, una mezcla de magia y furia pura.
Vladislav giró, esquivó un golpe, y lanzó a un lobo contra un tronco con una fuerza brutal.
Su respiración era fuego, su cuerpo una mezcla de sangre y sombras vivas.
Pero eran muchos para él
Andrew rugía órdenes, y los suyos lo seguían con una sincronía enfermiza.
Eran la imagen de la obediencia ciega, y detrás de ellos, había un hilo invisible —una energía oscura, casi tangible— que los conectaba.
El sello de Christian.
Varkar rugió dentro de su mente.
«¡Esto no es una pelea, es una maldición!»
«Lo sé. Pero no puedo destruirlos… son míos», le respondió Vladislav.
Un aullido agudo cortó el aire.
Vladislav giró justo a tiempo para esquivar la embestida de otro de sus antiguos hermanos.
Lo derribó, lo sostuvo contra el suelo y le gruñó con fuerza, intentando penetrar el velo de locura que cubría sus ojos.
—¡Despierta, Jarek! ¡Soy yo! —rugió, con una mezc