El perdón no fue un borrón mágico, sino la pala que comenzó a cavar los cimientos de una nueva vida. La paz que se respiraba ahora en la mansión Mendoza era diferente: ya no era la quietud tensa de la espera, sino el silencio activo de la reconstrucción.
Con Fernando en prisión y su amenaza erradicada, el grupo se enfrentaba a una tarea igual de monumental: aprender a vivir sin la sombra del enemigo.
La clínica era el primer frente. Una reunión se convocó en el despacho que había sido de Ricardo, y luego de Fernando. Ahora, alrededor del majestuoso escritorio de caoba, no había un solo dueño, sino un consejo. Estaban Marco, Valeria, Daniel Vásquez —como representante del honor de Ricardo y mentor de Marco— y, en una decisión cargada de simbolismo, Álvaro Rojas, Antonio Ruiz, Laura Vásquez y Marianna León.
—La clínica no puede ser más un feudo de una sola familia —declaró Marco, su voz firme, mirando a cada uno—. Ha sido su perdición. Debe ser de quienes la sirven con honor. Propongo u