Tres años después de la llegada de los gemelos, la alarma sonó como un disparo en la quietud de la madrugada. No era el llanto de Luciano o Lucía, Era el tono estridente y urgente de sus teléfonos. Marco se incorporó de un salto. Valeria, a su lado, leyó el mensaje: Politraumatismo grave. Niño 7 años. Herida penetrante torácica por barra de metal con posible trauma craneal asociado. Taponamiento cardíaco inminente. Equipo completo a Q3. YA.
El Quirófano era un remolino de actividad controlada. Álvaro y Marianna ya evaluaban al pequeño paciente. Antonio, como anestesiólogo, libraba una batalla contra los signos vitales que se desplomaban. Laura, como instrumentista, tenía las mesas listas con precisión milimétrica.
—¡El neurocirujano pediátrico está en otro quirófano con un trauma craneal abierto! —informó una enfermera, con pánico en la voz—. No puede venir.
—Marianna —ordenó Marco sin levantar la vista del campo—, necesito que realices una craniectomía descompresiva urgente primero.