Treinta semanas después de la triple boda, la Clínica Mendoza era un hervidero de actividad normal, pero en el aire flotaba una expectación familiar. Marianna, con un vientre inmenso que parecía desafiar las leyes de la gravedad, caminaba por los pasillos con Álvaro pegado a su lado, una sombra protectora y orgullosa. Las terribles náuseas de los primeros meses eran un recuerdo lejano, reemplazadas por una pesadez dulce y la ansiosa espera.
El día llegó con la furia de una tormenta de verano. Las contracciones de Marianna fueron rápidas y intensas, sin dar tregua. En cuestión de horas, estaba en la suite de partos, aferrándose a la mano de Álvaro con una fuerza que le prometía moretones. Valeria y Marco estaban allí, no como médicos, sino como pilares. Valeria, en particular, se había convertido en una roca para su amiga, sus palabras calmadas un bálsamo contra el dolor.
—Respira, Marianna. Tú puedes. Eres más fuerte que esto —le susurraba al oído, mientras Álvaro, pálido pero sereno,