Los meses siguientes a la revelación de los gemelos fueron un torbellino de ecografías, preparativos y noches de insomnio compartidas entre Valeria, Marianna y Laura. La "liga de las madres", como las bautizó Álvaro entre sonrisas, se había organizado con la eficiencia de un equipo quirúrgico para turnarse en el cuidado de los niños: el pequeño Mateo, de casi dos años, que ya mostraba una curiosidad incansable; Santiago, con sus fascinantes ojos azules que hechizaban a todos; y Alma, cuya determinación precoz era el vivo reflejo de su madre.
Mientras tanto, Valeria, con su vientre ya prominente de cinco meses que anunciaba a los gemelos, supervisaba los planes de la nueva ala de pediatría de la clínica desde su oficina, delegando cirugías pero no el diseño del futuro del lugar.
Una tarde particularmente agotadora, Marco la encontró dormida sobre los extensos planos arquitectónicos, una mancha de tinta azul emborronando un margen y otra pequeña en su mejilla. La observó por un largo m